Creado en: septiembre 22, 2020 a las 02:09 pm.

Manuel Saumell: padre del nacionalismo musical cubano

Autor: Rafael Lam

Para los cubanos es imperativo conocer sus músicos de fundación, los que dejaron una huella ejemplar sobre este pueblo. Uno de esos músicos emblemáticos es Manuel Saumell.

El máximo estudioso de Saumell es Alejo Carpentier quien en su libro La música cubana, da a conocer los aportes magistrales de este genio musical: «Manuel Saumell es el Padre del nacionalismo musical cubano, padre de la contradanza: una de las músicas madres que prefiguró el danzón. Escribió el danzón La Tedezco, obra que enuncia el nuevo ritmo en los ocho compases iniciales de esta pieza. Nada se le añadirá. Saumell es el Padre de la habanera que alimentó las músicas de casi todo el continente americano (tango, samba, danza mexicana, merengue y el jazz). Saumell fue de los primeros en escribir composiciones de la clave, “La Celestina” de la criolla y de ciertas modalidades de la canción cubana. Todo lo que se hizo después de él, fue ampliar y particularizar elementos que ya estaban plenamente expuestos en su obra».

Toda esa obra parece increíble ¿Quiere usted más?; pero eso no es todo: Saumell se atrevió escribir una ópera nacional, algo que nadie había hecho en Cuba hasta entonces.

En suma: Saumell crea un clima peculiar, una atmósfera melódica, armónica, rítmica, que habría de perdurar en la población en la producción de sus continuadores. Su genial obra creativa es una proeza musical asombrosa para la historia. Patentizó los perfiles y giros que dieron cuerpo, bajo diversos nombres y paternidades más o menos contestadas, al conjunto de patrones que alimentaría la cubanidad de un amplísimo caudal de música producida en la Isla.

Saumell fue profesor, arreglista, intérprete. Tocó el piano en varias iglesias habaneras, organizó reuniones musicales, instrumentó, hizo arreglos musicales y ofreció clases a la más joven generación de músicos cubanos de su tiempo. Era Saumell un hombre enérgico y lleno de dinamismo que desplegó durante su existencia una gran actividad.

Fue presidente de la Sección de Música de la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, y trabajó con Ramón Pintó y el pianista José Miró, en la fundación del Liceo Artístico y Literario de La Habana, de la cual también fue presidente de su Sección de Música, y con él colaboró Tomás Buelta y Flores. Fue miembro de la Academia Filarmónica de Santa Cristina, cuyo fundador fue el compositor Antonio Raffelin.

Un estudio de la obra de este compositor permitiría descubrir que en las contradanzas de Saumell, se encuentran ya fijadas, antes de haber transcurrido la primera mitad del siglo XIX. Fue algo más que un petit maître, fue un capo scuola (cabeza de escuela).

Pero, no piense usted que Saumell llevó una vida holgada, nada de eso: Nació en una familia muy pobre, comenzó de manera empírica, el que nace para músico, del cielo le caen las notas. Por su cuenta rastreaba todo lo que oliera a música.

A los quince años ya andaba enfrascado en la composición musical. Siendo un adulto logró ser discípulo de Juan Federico Edelmann en el piano y de Mauricio Pyke en las asignaturas de armonía, contrapunto, fuga e instrumentación. Conoció también al músico estadounidense Louis Moreau Gottschalk, con quien tuvo trato y mucho admiró.

Tuvo tres hijos con la habanera Concepción Amegui; y producto a su vida muy agitada, se limitó un poco para componer. Sufrió además muchas privaciones por su condición socioeconómica, por lo que fue un gran trabajador, muy sensible y exigente consigo mismo para alcanzar sus propósitos. Él estaba destinado a morir relativamente joven, después de llevar una existencia dispersa y colmada de sinsabores.

Aparecía en todos los lugares donde pudiera sonar un instrumento. Sudando, resoplando, corría de la Filarmónica al Liceo; secundaba a Raffelin en la Academia, daba lecciones, tocaba en bailes y conciertos; andaba entre los bastidores de la compañía lírica italiana. Sustituía músicos, lo hacía todo. Era un encarnizado trabajador, exigente consigo mismo, ansioso de hacer grandes cosas, alentaba grandes proyectos.

A pesar de todo, cuando se le invitaba a alguna función benéfica, Saumell, que no estaba seguro de poder pagar el alquiler de su casa, ofrecía sus servicios gratuitamente.

El oficio de músico no resultaba del todo envidiable, por la inestabilidad y la pobreza que a sus actividades se unían. En Santiago de Cuba, el presbítero Juan París, sucesor de Salas, tenía que prestar dinero a uno de sus músicos, para que adquiriera un traje decente con que presentarse en las funciones musicales y hasta en los entierros.

El concierto era harto azaroso para constituir un medio de subsistencia. De ahí que el blanco privilegiado de elección de oficios, volviese las espaldas a una profesión peligrosamente insegura.

No obstante, Saumell era un hombre sensible, generoso, de buen humor, dicharachero, muy criollo.

Sus composiciones son muy amplias, más de cincuenta contradanzas, diversas combinaciones vocal instrumental. El grupo Irakere dejó grabada una obra para siempre: Los ojos de Pepa.

No es gratuitamente que Alejo Carpentier, llamó a Saumell «Padre de la música cubana» en la revista Siempre de México (1962). Musicólogos tienen una tarea ante la obra de Saumell, los músicos de fundación hay que estudiarlos, mostrarlos y llevarlos al máximo de la atención.

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