Creado en: enero 19, 2021 a las 04:27 pm.

En el mural resaltan las figuras de Agramonte, Amalia Simoni y El Inglesito/Foto del autor

Por la obra y pensamiento que legó a la humanidad José Julián Martí Pérez es considerado como el más universal de los cubanos. Su mayor virtud, entre muchas otras: haber unido a los patriotas y los veteranos de la Guerra del 68 –iniciada el 10 de octubre de 1868— en pos de la soberanía y la independencia de la patria.

El Apóstol exaltó la grandeza de dos figuras cimeras de la historia de Cuba, Carlos Manuel de Céspedes, El padre de la Patria (Bayamo), e Ignacio Agramonte, El Mayor (Camagüey). Admiró profundamente a ambos precursores de las luchas por la independencia de Cuba. De Céspedes resalta el ímpetu, y de Agramonte la virtud.

El Héroe Nacional de Cuba, dejó constancia de la dignidad de ambos patriotas en el texto «Céspedes y Agramonte»[1], que aparece el 10 de octubre de 1888.

Martí, quien soñaba entonces por una república «con todos, y para el bien de todos»[2],  sintetizo: «El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence.

«Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes».

El Maestro supo reconocer la entereza de dos revolucionarios que simbolizan a decir del historiador José Antonio Bedia Pulido «… lo excelso de una cubanía que tomó las armas para emanciparse. Padres fundadores en aras de la independencia trocaron la comodidad del hogar por la estreches del campamento ante el deber mayor».

José Martí en el referido texto describe con maestría las hazañas del Padre de la Patria, quien les dio la libertad a sus esclavos y los convocó a tomar las armas por la independencia de Cuba:

«La voz cunde: acuden con sus siervos libres y con sus amigos los conspiradores, que, admirados por su atrevimiento, aclaman jefe a Céspedes en el potrero de Mabay; caen bajo Mármol Jiguaní y Holguín; con Céspedes a la cabeza adelanta Marcano sobre Bayamo; las armas son machetes de buen filo, rifles de cazoleta, y pistolones comidos de herrumbre, atados al cabo por tiras de majagua. Ya ciñen a Bayamo, donde vacila el Gobernador, que los cree levantados en apoyo de su amigo Prim.

«Y era el diecinueve por la mañana, en todo el brillo del sol, cuando la cabalgata libertadora pasa en orden el río, que pareció más ancho. ¡No es batalla, sino fiesta! Los más pacíficos salen a unírseles, y sus esclavos con ellos; viene a su encuentro la caballería española, y de un machetazo desbarban al jefe; llévaselo en brazos al refugio del cuartel sus soldados despavorido».

Del Padre de la Patria apunto en otros de sus escritos[3] : «Tal vez no atiende a que él es como el árbol más alto del monte, pero que sin el monte no puede erguirse el árbol. Jamás se le vuelve a ver como en aquellos días de autoridad plena; porque los hombres de fuerza original sólo la enseñan íntegra cuando la pueden ejercer sin trabas».

Admiró a Ignacio Agramonte: «¿Y aquel del Camagüey, aquel diamante con alma de beso? Ama a su Amalia locamente, pero no la invita a levantar casa sino cuando vuelve de sus triunfos de estudiante en La Habana […] Y a los pocos días de llegar al Camagüey, la Audiencia lo visita, pasmada de tanta autoridad y moderación en abogado tan joven, y por las calles dicen: ‘! Ese ¡‘, y se siente la presencia de una majestad […].

«[…].¿Aquel que, sin más ciencia militar que el genio, organiza la caballería, rehace el Camagüey deshecho, mantiene en los bosques talleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos, y se vale de su renombre para servir con él al prestigio de la ley, cuando era el único que, acaso con beneplácito popular, pudo siempre desafiarla?

«[…].Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabello negro encajaba como en un casco, era de seda, blanca y tersa, como para que la besase la gloria: oía más que hablaba, aunque tenía la única elocuencia estimable, que es la que arranca de la limpieza del corazón; se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito […].».

«[…].Pero jamás fue tan grande, ni aun cuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír la censura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era por la virtud, se puso en pie, alarmado y soberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras: ¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República! […].».

Y el Apóstol José Martí, en el artículo publicado en El Avisador Cubano, Nueva York, 10 de octubre de 1888, sobre Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, puntualiza: «¡Esos son, Cuba, tus verdaderos hijos!».


[1] José Martí: “Céspedes y Agramonte”, Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1963, t. 4, p. 358.

[2] José Martí: “Discurso en el Liceo Cubano, Tampa”, 26 de noviembre de 1891, Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1963, t. 4, p. 279.

[3] José Martí:  Obras completas, t. 4, p. 360.

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