Creado en: marzo 18, 2021 a las 07:43 am.

La eterna infancia de Juan Carlos Muñoz

Siempre que he llegado a la sede del Comité Provincial de la Uneac en Artemisa preguntando por el presidente, me reciben cordiales y me indican un cómodo asiento con la garantía de que me atenderá en cuanto termine de firmar unos documentos o de atender a un artista. La diligencia no demora mucho y el hombre de pequeña estatura y enorme trayectoria en las artes visuales me hace pasar a su oficina.

Algo es distinto esta vez. Cierta inquietud se asoma a los ojos de la secretaria ante mi solicitud de hablar con el abuelo de Ana Luna. Ignora la muchacha que ando en busca de la historia detrás del pintor ya consagrado que es Juan Carlos Muñoz Alfonso. La historia de un niño que vacila un poco antes de abrirse para el entrevistador porque prefiere los colores a las palabras para expresarse. Me aclara que no será una entrevista sino la conversación con un amigo y me pide que lo tutee.    

¿Cómo llegas a la pintura?

―Desde muy joven me llamaba la atención. Aunque no tenía un conocimiento crítico de la manifestación me sentía con habilidades para desarrollarla. Siendo un adolescente, en mi barrio de Lawton vivía Julián Fernández Badillo, un prestigioso profesor de San Alejandro. Recuerdo que me encaramaba en un muro que daba acceso al patio de su casa hasta que un día me descubrió y me preguntó qué yo quería. Ese día le respondí: Aprender a pintar, y a partir de ese momento me acogió como alumno. Fue un artista muy apegado a la academia. Ese fue mi maestro y bajo sus indicaciones adquirí un gran gusto por la academia en mis comienzos. A través de él conocí a Amelia Peláez.

En aquel momento confronté mi obra con otros artistas ya encumbrados en el país que vieron en mi algún talento. Sin embargo, yo no supe valorarlo porque terminé estudiando una carrera de ciencias. En vez de matricularme en una escuela de arte o de pintura, soy graduado de Licenciatura en Física.

― ¿De físico a pintor?

―A lo largo de mi carrera mantuve el interés por la plástica. Trabajé muchos años en la pedagogía y en 1992 me presenté en el Fondo de Bienes Culturales. Pasé por la Comisión de Ingresos y comencé a comercializar mi obra como artista independiente. 

― ¿Cuál es el discurso fundamental de tu pintura?

―En mi carrera ha habido siempre una constante y es que no me he podido apartar del momento de mi vida al estar frente al caballete. Lo que acontece en las etapas de mi vida tiene un reflejo en mi obra. Eso le ocurre a muchos. No me creo un cronista gráfico, pero siempre en mi obra hay una historia o una reflexión sobre lo que acontece a mi alrededor.

Comencé a dedicarme más seriamente a la pintura pintado paisajes. Yo venía de la Habana y estaba muy familiarizado con el paisaje citadino. Pero hace 42 años encontré el amor en Güira de Melena y estuve mucho tiempo vertiendo las bellezas de esa zona en mi obra. Luego, impartí clases de Astronomía y mi relación con el espacio extraterrestre, las galaxias y las nebulosas me llevaron al cultivo de la pintura abstracta, aunque reconozco que no tengo grandes posibilidades de desarrollar esa corriente. 

Más tarde me interesé por la figura humana que es lo que me cautiva hasta el día de hoy y dentro de la figura humana el retrato. Es lo que más me gusta hacer y donde más cómodo me siento. Considero que es una de las manifestaciones más difíciles de la pintura. No se trata solo de lograr un retrato que se parezca a la persona sino conseguir que la obra exprese un sentimiento, una determinada problemática o situación en la que se encuentra el modelo seleccionado. He tenido cierta influencia del realismo mágico que tiene puntos de contacto muy estrechos con el surrealismo. Y así ha transcurrido mi carrera.

― ¿Se puede decir entonces que tu vida puede leerse en tus cuadros?

―Yo recuerdo que cuando me empezaron a salir las primeras canas y comencé a sentir un poco la madurez y el peso de los años, me puse a hacer retratos de hombres muy viejos con unas barbas canosas muy grandes. Fue como si buscara consuelo, en aquellas barbas blancas enormes, por las canas que aparecían en mi cara.

― ¿Ese tránsito constante no te aparta de lo que se considera un sello en tu obra?

Creo que ir en busca de un sello personal es ponerse límites. Ese sello llega solo. Sin darte cuenta ni proponértelo. No me gusta amarrarme. He tenido lo que considero una gran suerte y es que, a pesar de mi incursión en muchos temas, las personas logran identificar que se trata de una obra mía. Hay aspectos que siempre están en la obra, aunque no te lo propongas. Por ejemplo, yo creo que el color en la obra, más que un aspecto técnico, es sentimental. No hay una forma exacta para obtener un tono de color.

En mi carrera he tenido preferencias por los fondos oscuros. Me parece que le imprimen seriedad a las obras. Además, me identifico mucho con la obra de la pintura española, el barroco. También me gusta mucho el tenebrismo. Creo que eso, de una forma u otra, ha estado presente en mi obra aunque nunca me he atado a utilizar siempre ese fondo porque a veces recreo otros elementos y tonalidades en los fondos de las figuras. Por eso pienso que para mí no es importante definir un sello personal y por otra parte nunca dejamos de aprender. Lo ideal es que un artista pueda tratar cualquier tema en su obra y quien la vea identifique que detrás de ella están tus manos.

― ¿En esta experimentación personal que es su obra de qué forma se incorporan los nietos?

Ya había  escuchado decir a los mayores que a los nietos se les quiere más que a los hijos. No creo que eso sea cierto. Creo que un hijo es la extensión de uno mismo y por ellos se siente un amor tan grande que no se puede describir. Pero esos hijos crecieron y me dieron nietos…

Mis nietos son algo muy significativo dentro de mi vida. Primero porque me ayudaron a corregir muchos de los errores que cometí como padre y he tenido la dicha de que mis tres nietos sienten una inclinación muy grande por dibujar. Mis hijos también tienen esas habilidades manuales.

Reconozco que siempre me han apasionado los dibujos infantiles. Encuentro una espontaneidad, una inocencia, una sinceridad tan grande en el dibujo de un niño que me encanta. En mi casa tengo un archivo inmenso de dibujos infantiles no solo de mis nietos, sino de otros niños con los que he interactuado. Ahí hay vecinos, hijos de amigos… Por lo general tienen un denominador común y es que disfrutan el dibujo. Reconozco que en ocasiones he forzado el dibujo de los niños y les he propuesto  recrear determinado tema o historia y eso me ha servido para madurar la idea de una obra.

― ¿De ahí la idea de incorporar los dibujos de los pequeños en tus cuadros?

Los niños han sido una fuente de inspiración. Durante una larga etapa he realizado trabajos en los que recreé dibujos infantiles. He tenido la maravillosa experiencia de que muchas de mis obras sean creadas a cuatro manos, pues he permitido que los niños hagan su dibujo directamente en los cuadros. También he tratado de imitarlos, pero confieso que esa frescura tan grande que hay en el dibujo infantil no la he conseguido. Aunque parece tan fácil copiarlos hay una torpeza a la hora de lograr la armonía que, al estar influido de otro conocimiento más avanzado, es muy complejo imitarlos.

―Pintor, abuelo y presidente de la Uneac en Artemisa. ¿Cómo haces para compartir el tiempo?

La responsabilidad que ocupo hace unos años como presidente de la Filial Provincial de la Uneac en Artemisa limita mucho el tiempo para desarrollarme como artista. A veces, aunque las musas siempre están al lado de uno y la inspiración existe, el agobio de las tareas y el tiempo material y la disposición para crear se afectan. Recuerdo que el mismo día que comencé en esta tarea, Miguel Barnet se me acercó y uno de los primeros consejos que me dio fue que tenía que hacer un esfuerzo muy grande para mantener mi obra como artista. Estoy muy satisfecho porque mi obra no se ha detenido. 

―¿Qué importancia le das al apoyo de la familia en el desarrollo de un artista?

La familia es aquello que además de inspirarte, de motivar tu vida, de encaminar tu comportamiento, te salva. Sin el apoyo de la familia ningún artista puede lograr una obra meritoria. Puede haber casos excepcionales de artistas que se hayan encerrado en sus estudios y se han mantenido separados de su familia alcanzando el éxito. Pero creo que la familia es esencial y su apoyo es decisivo.

Es bueno reconocer que los artistas tenemos nuestras mañas que socialmente no ponemos de manifiesto, pero en el seno del hogar requerimos apoyo. El proceso creativo es un misterio muy grande y la familia es de alguna forma parte del combustible para ese proceso creativo.

― ¿Nuevos proyectos?

En estos momentos me dispongo a dedicarme a una serie que no sé cuánto tiempo va a abarcar ni con cuántas obras va a contar, pero ya logro ver encadenados varios cuadros. Tiene que ver un poco con la obra de Van Gogh, algunas influencias de los expresionistas, inclusive aristas que uno en la juventud no valora por desconocimiento y luego aprende a admirar mucho. Creo que este es un momento de reflejar la etapa actual de mi vida. Soy una persona con una gran ansiedad y pretendo mostrar eso. Estoy comprometido con esa posición y esa será mi nueva serie de trabajos.

―Entonces, ¿se detiene la creación con los dibujos de tus nietos?

Creo que nunca me voy a poder apartar de esa recreación de los dibujos infantiles porque, aunque algunos no me crean, tengo un niño dentro de mí que cuido con mucho celo.

María Carla, Carlos Alejandro y Ana Luna tienen un abuelo que pinta. Pitan ellos también porque su abuelo agarra sus pinturas y las convierte en cuadros raros que ellos no entienden mucho, pero les gusta hacerlos en familia. Juan Carlos Muñoz Alfonso viaja del paisaje al abstraccionismo, luego al retrato y ahora apuesta por una expresión nueva al tiempo que representa a la vanguardia cultural de la provincia. Encuentra tiempo para todo porque conoce los peligros de estar ocioso. Se levanta del asiento para hacerme saber que ha terminado. No le gustan las entrevistas a pesar de haber estado tantas veces ante las cámaras y los micrófonos, a pesar de que ya sus canas y su barba se parezcan a las de sus cuadros de hace unos años. Pero qué le vamos a hacer. Los niños son así.

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