Creado en: noviembre 14, 2023 a las 10:00 am.

Umberto va con la gráfica

Detalle de una de las obras./ Foto: Ilustrativa

Conviene subrayar el legítimo protagonismo, no único, pero sí imprescindible, de Umberto Peña (1937–2023) en la configuración de la vanguardia cubana del grabado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. En esa dirección aporta el repertorio de imágenes seleccionado por el Taller Experimental de Gráfica de La Habana (TEGH), que exhibió en el Festival Cuba va conmigo, que reunió a artistas que en otras partes del mundo enarbolan su sentido de pertenencia a nuestra identidad, condición que asumió Peña durante los años en que desarrolló su obra fuera de Cuba.

Como el rayo se titula la muestra que recoloca parte de la obra trabajada por Umberto Peña en la institución del Callejón del Chorro, en la Plaza de la Catedral, entre los años 60 y 70, cuando cobró impulso renovador una tradición firmemente enraizada en los menesteres plásticos domésticos.

Entre 1963 y 1971 hizo del tegh casa de creación e intercambio. Llegó con el aval de haberse formado en San Alejandro y México, país en el que asimiló los hallazgos de una gráfica que en altura estética no quedaba a la zaga del proverbial movimiento muralista. Llegó también luego de una experiencia parisina de enorme provecho, donde bebió todo lo que pudo de las vanguardias europeas.

Más de una vez confesó que una obra en particular desató su imaginación y determinó en cierta medida su derrotero gráfico: Buey desollado (1665), un óleo sobre madera de no excesivas dimensiones que se exhibe en el Louvre. Su autor, el gran Rembrandt, desnudó el interior de una res, con tendones, vísceras y carnes al descubierto, como una especie de declaración de principios.

De algún modo, Peña supo que ese camino podía ser el suyo, y de hecho lo fue: indagar en lo que esconde la materia, en el vínculo entre sacrificio, muerte, vida y resurrección; entre erotismo y transgresión. Ello en medio de una criba para nada azarosa en un estilo en alza en aquellos años, el pop, que en Cuba había penetrado mucho antes mediante la comercialización de tiras cómicas, y que tuvo en otro gran artista coetáneo de Peña, el igualmente imprescindible Raúl Martínez, a uno de sus más deslumbrantes cultores en la pintura y en el diseño gráfico.

Fijar la pupila y estimular el intelecto ante cualesquiera de las piezas de Umberto Peña, que pertenecen a la colección del tegh, nos remite a dos momentos poéticos muy especiales que informan, en el orden de la creación literaria, de un espíritu de época, tales son los casos de la producción (anti)lírica de Virgilio Piñera y el poema de Nicolás Guillén que cuestiona la pureza.

A todas estas, Peña extrajo máximas posibilidades expresivas a la piedra litográfica, una verdadera prueba para el artista. No se arredró ante los estallidos del color, ante la gestualidad desmedida, ante los hipócritas límites de la corrección visual. Como dijo en su momento el crítico y artista Antonio Eligio Fernández (Tonel), en Peña convergen escatología y buen gusto. Así lo entendieron los jurados que distinguieron su obra en 1964, en el certamen de grabado convocado por Casa de las Américas. Así se tiene que seguir entendiendo la ventana abierta por Umberto Peña en el ensanchamiento de las variantes discursivas de la gráfica cubana. Porque la gráfica va con él.

(Tomado de Granma)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *