Creado en: septiembre 26, 2021 a las 09:46 am.

Vitier en su centenario: cubanía, ética, fe

Presentación de títulos de Cintio Vitier en la UNEAC por el centenario de natalicio. /Foto: del autor

Es casi seguro que el día de su nacimiento se hizo la luz, la que bañó su párvulo cuerpo y esa otra que solo los grandes suelen alcanzar. Día también de fe, esa que lo acompañó toda la vida. Gracias a ella logró el ejercicio del perdón cuando en momentos obtusos trataron de apagar su voz. El conocimiento le dio grandeza, la sensibilidad constancia y la eticidad sauna para la disidencia.

Este 25 de septiembre, día de su centenario, carrozas aladas, como él bien imaginó, lo traen de vuelta. Intensa la jornada para celebrar los 100 años de nacimiento de Cintio Vitier (Cayo Hueso, 25 de septiembre de 1921- La Habana, 1 de octubre de 2009). Poeta, narrador, ensayista, investigador y crítico. Constituyó un verdadero maremágnum dentro de las letras cubanas.

La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la que fue miembro de honor, quiso recordarlo con la presentación de dos de sus títulos capitales: Lo cubano en la poesía. Edición conmemorativa por el centenario del autor (Ediciones Unión, 2021) y Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana (Ediciones Bachiller, 2021). Ambos títulos resultados de extraordinario esfuerzo del Instituto Cubano del Libro (ICL).

Se trata de la vindicación de un creador que vio trunca su notoriedad por la mala instauración de políticas culturales y la desidia en un momento de nuestra Revolución conocido como el Quinquenio Gris, que desplazó a todo aquel no expreso del marxismo. Cintio era católico. Por suerte hoy ha sido saldada esa cuenta.

De su amplio cosmos, en el cual la alta cultura fue pedestal, Cintio no separó lo auténticamente cubano. Por eso un libro como Lo cubano…que, si bien no es exhaustivo y académico en el tema, es una mirada amantísima, particular y ecuménica de su autor a la poesía, “el más extenso, hermoso y elocuente de sus ensayos hasta 1959 y uno de los más vitales dentro el conjunto de su escritura”, según palabras del también escritor Roberto Méndez, presentador del texto.

Vilipendiado, no se le aquilata –en el entonces—su escritura estaba cargada de “sentido ético y responsabilidad cívica”, nombrado por el propio poeta como “el rostro de la Patria”, afirmó Méndez. Reservas y críticas peyorativas acompañaron el libro.

Aparecido en 1958 – fruto de un curso de poesía impartido por Cintio—, el volumen, monumental según apreció el presentador, es portador de una alta pedagogía, “nunca aspiró a ser una historia detallada de la poesía cubana, ni un estudio literario con pretensiones científicas, ni siquiera se erigió como un panorama totalizador de nuestra expresión poética”.

Los poetas abordados obedecen a cierta representatividad y afinidad poética de Cintio con esos bardos. “Es un abordaje de la trayectoria poética de Cuba, desde los diarios de navegación de Cristóbal Colón, hasta los poetas que se habían dado a conocer en Orígenes, con la voluntad de descifrar en ellos las ocultas claves de lo cubano… una teleología, que hacía avizorar no sólo realizaciones más altas en las letras, sino, una verdadera plenitud de lo nacional”, dijo.

Lo cubano…tiene pasajes memorables, aseguró Méndez, al evocar poetas como Heredia, Martí y Lezama. Otro tanto igual como Rolando Escardó, Roberto Fernández Retamar y Cleva Solís. No así con otros como Plácido y Gertudris Gómez de Avellaneda, Nicolás Guillén y Virgilio Piñera.

Advirtió que “no podría reclamársele que se ocupara del quehacer de aquellos que lo denostaban desde filas opuestas y rencorosas. Ni fue el único en adoptar estas posiciones, ni ellas invalidan un libro que, aun con zonas frágiles, sigue vivo y actuante en la literatura cubana”.

Recordó que los embates de la exclusión, incluidas determinadas circunstancias políticas y culturales, no favorecieron la recepción en inicio. Valoró acertada la tercera edición, 1998, revisada por el autor y con revelador prólogo de Abel Prieto, quién fue “capaz de situar el libro en su contexto y contemplarlo a la vez como creación desde la poesía, reflexión de carácter social y testimonio patriótico”.

Destacó también las bondades de esta edición conmemorativa, con prólogo del poeta y etnólogo Miguel Barnet, quien vincula “las secretas afinidades de esta obra con las investigaciones de don Fernando Ortiz, porque como señala el autor de Cimarrón: Ambas, desde sus ópticas, hurgaron en la arqueología espiritual del cubano, en busca de su esencia, en el rescate de su corporeidad y en la forja de su destino”, concluyó.

Necesario en estos tiempos

“Es un libro que debe ser obligatorio en el sistema de enseñanza, tanto en los niveles generales como en el superior; quizá, nunca haya hecho más falta que hoy”, aseguró Omar Valiño, director de la BNJM y al frente de la comisión de homenaje por el centenario de Vitier, al moderar la mesa de presentación y referirse a Ese sol del mundo moral. Las palabras de presentación corrieron a cargo del historiador Félix Julio Alfonso, Decano Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana.

Texto también signado por avatares, la exposición de Félix Julio abordó, desde de la historia, el valladar de este libro y su autor. Imposiciones, decretos funestos, endilgaron atributos inciertos y “ataque directo a aquellos estudiosos considerados no marxistas, colocados bajos las más diversas etiquetas: positivistas, idealistas, católicos y liberales”. El autor de Ese sol…parece ser incluido en esa membresía.

El prólogo del libro daba respuesta, según Alfonso, “inteligente y sutil, desde un interés y una sensibilidad diferente, a aquellos que pretendían empobrecer y desunir la cultura cubana con criterios intolerantes”. El volumen toma nombre de una frase de José de la Luz y Caballero.

En ese ensayo, considera el Decano, el poeta emerge desde una “atalaya poética y patriótica que emprende una búsqueda de las raíces morales de la nacionalidad cubana… Cintio hablaba con el corazón de un patriota y la lucidez de un intelectual honesto y martiano hasta los tuétanos”, dijo.

La censura sumaba la desidia. El volumen –veinte años demoró su publicación—resulta un espaldarazo al ensayar la eticidad sobre la base de una dimensión espiritual, algo “transgresor y subversivo” para el momento. “Tomaba como vía de meditación la figura de José Martí”; menciona, además, desde ángulos positivos éticos, a Fidel y a La historia me absolverá.

Toca tópicos como son el surgimiento de una conciencia nacional, los procesos revolucionarios que consolidaron esa nacionalidad, apreciación holística de la cultura cubana, etc. José Antonio Saco, Varela, Del Monte, Lidia Cabrera, Fernando Ortiz y otros tantos pensadores e intelectuales relevantes de nuestra historia, son referidos por Vitier.

Obras de la exposición A través de mí, de Osmany Cuevas. /Foto del autor

En la velada se inauguró la exposición A través de mí, del artista de la plástica Osmany Cuevas. Son un grupo de obras que han servido de portada a la revista La Isla Infinita. José Adrián Vitier, nieto de Cintio, comentó la misma.

El destacado violinista William Roblejo, nos recordó que al poeta también lo seducían las notas arrancadas a las cuerdas del violín en inerpretación de un tema del repertorio popular, Fiebre de ti, popularizado por Benny Moré.

Al homenaje asistió Olga Gonzáles Fernández, funcionaria del Departamento Ideológico del Comité Central del PCC; Abel Prieto Jiménez, director de Casa de las Américas; Marta Bonet, vicepresidenta primera de la UNEAC; así como presidentes de las asociaciones de la institución e intelectuales.

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Hacia el Rostro de la Patria (Palabras de presentación para Lo cubano en la poesía por Roberto Méndez Martínez)

En 1957 Cintio Vitier fue invitado por la profesora Vicentina Antuña a impartir un curso de poesía cubana en el Lyceum habanero. Allí, en la sede de Calzada y Ocho, tuvieron lugar aquellos encuentros entre el 9 de octubre y el 13 de diciembre.

Apenas un año después, apareció Lo cubano en la poesía, publicado por la editorial de la Universidad Central de Las Villas, donde Cintio era por entonces profesor de Literatura Francesa. La iniciativa había partido del poeta e investigador Samuel Feijóo, quien lo propuso a Vitier casi a mitad del curso, de modo que, como este ha referido más de una vez, las primeras conferencias redactadas fueron las de la etapa republicana, mientras que las impartidas antes – casi la mitad de ellas- debieron escribirse después, pues las había dictado a partir de unas sencillas notas. La conversión de los apuntes iniciales en lecciones detalladas fue una experiencia mucho más atractiva de lo que podía esperarse, como refiere el autor en el prólogo a la segunda edición:

Cada capítulo se terminaba en dos o tres días de febril trabajo, sin ningún acopio de erudición, sin levantar el lápiz del papel, como resultante acumulada de muchos años de amor a nuestra poesía. Se trataba, en principio, no de hacer su historia ni su crítica, sino de asumirla como una experiencia personal y ofrecerla en medio de la barbarie y las tinieblas como una imagen espiritual de nuestro ser.[…] lo que en realidad me fascinaba era el poema de la poesía cubana.

El volumen apareció hacia septiembre de 1958, en medio de circunstancias harto críticas para el país. No es extraño que las primeras recepciones que motivara oscilaran entre la admiración y la reserva. Ni siquiera José María Chacón y Calvo, en su extenso artículo “Un libro revelador de Cintio Vitier: Lo cubano en la poesía” publicado en cuatro partes, en febrero de 1959, en el Diario de la Marina, pudo aquilatar el valor sustancial de la obra. Mucho menos lo hicieron quienes se acercaron a esta obra poco después, desde las páginas del tabloide Lunes de Revolución. Cegados por la ruptura generacional y en algunos casos por resentimientos particulares, pretendieron condenarla al olvido junto con el resto de la producción de este autor.

No hay que olvidar que la redacción del texto tuvo lugar en un momento crucial de la vida del escritor, del que da fe su poemario Canto llano, publicado en 1956. Vitier vive una conversión religiosa, radical y plena, pero su encuentro con lo sagrado no lo aleja del resto del mundo, no lo enajena, sino que lo conduce a un compromiso participativo con lo que lo rodea, de ahí que su escritura se cargue de sentido ético y responsabilidad cívica que alientan la búsqueda de eso que él llamará poco después, en Escrito y cantado, “el rostro de la Patria”.

No es extraño pues que tal búsqueda emplee como vía privilegiada el estudio de la poesía en Cuba. Cintio parte de experiencias previas: la preparación de Diez poetas cubanos (1944) que es el libro programático del grupo Orígenes y la selección de Cincuenta años de poesía cubana (1952), un balance bastante ecuménico de los frutos que el género pudo ofrecer al cumplir medio siglo la República. En 1956 había dado a conocer en la Revista Cubana el ensayo “Recuento de la poesía lírica en Cuba” que contiene, en repaso apresurado, algunas de las valoraciones, positivas o negativas que desarrollará en el curso citado.

Lo cubano… es el más extenso, hermoso y elocuente de sus ensayos hasta 1959 y uno de los más vitales dentro el conjunto de su escritura. En gran medida, una parte importante de las reservas y las críticas adversas que ha despertado esta obra -descontando las dictadas por animosidades personales o prejuicios de cualquier tipo- proceden de la incomprensión de su naturaleza. Este libro monumental deriva de un curso y sin dudas hay en él una altísima pedagogía, pero no es un texto académico. Por demás, nunca aspiró a ser una historia detallada de la poesía cubana, ni un estudio literario con pretensiones científicas, ni siquiera se erigió como un panorama totalizador de nuestra expresión poética.

Sencillamente es un ensayo que da testimonio de una ruta personal, con sus intuiciones, epifanías, disonancias y tropiezos. Se trata de un discurso esencialmente metapoético, donde se reflexiona sobre la poesía desde el propio interior de ella. A partir de la experiencia poética que nutre su andadura vital, expone una interpretación particular de un conjunto de autores, elegidos, en gran medida no solo por su representatividad, sino por la misteriosa afinidad con sus escrituras, para cartografiar la búsqueda por varios siglos de una identidad nacional. Es un abordaje de la trayectoria poética de Cuba, desde los diarios de navegación de Cristóbal Colón, hasta los poetas que se habían dado a conocer en Orígenes, con la voluntad de descifrar en ellos las ocultas claves de lo cubano. Para Cintio la escritura poética de la Isla guardaba un sentido oculto, un destino, en fin una teleología, que hacía avizorar no sólo realizaciones más altas en las letras y sino una verdadera plenitud de lo nacional.

Estoy convencido de que tal enfoque teleológico de la obra no es un tributo a Hegel, como alguno ha podido señalarle, sino a San Agustín, teólogo que el escritor confiesa que iluminó su propia conversión, a partir de un seminario impartido por María Zambrano en la Universidad de La Habana. Y ese enfoque procura reconciliar presente, pasado y futuridad, en una especie de “presente eterno” de la poesía y la trascendencia, donde los autores de todas las generaciones contribuyen a edificar el cuerpo de la Patria, lo que viene a coincidir con aquella visión apocalíptica que Lezama describió en una entrevista: “todas las generaciones cantan en la gloria, y en el valle del esplendor, en el camino de la gloria, reaparecemos con la mejor palabra, con el más bello gesto. Lo que en cada generación fue esplendor oracular y verdad de bailarín, perdura y fructifica.”

Vitier es un crítico-artista como Baudelaire, Martí o Lezama. Comparte con ellos la voluntad metapoética, el papel concedido a la metáfora como medio comunicativo, el empleo de lo intuitivo y lo oscuro, sin sentirse obligado a ofrecer verificaciones, pues no se dirige puramente a la razón del lector, sino a la penetración, a través de lo sensorial, de ciertas zonas de lo irracional. Por eso sus categorías no son necesariamente verificables, sino intentos de ordenamiento de ideas elusivas, balbuceos en busca de adoptar la forma más o menos estable de la poesía.

El volumen tiene páginas verdaderamente memorables: las dedicadas a José María Heredia, el primero de los grandes poetas cubanos; desde luego la Séptima lección, consagrada a José Martí, que es como el núcleo de toda la ensayística posterior de este autor dedicada al Héroe Nacional; así como – no faltaba más- su extensa y aguda exégesis de la poesía de Lezama.

En sentido contrario, como he expresado en otros sitios, considero que sus juicios sobre Plácido y Gertrudis Gómez de Avellaneda no tienen ese alcance, son apresurados y llenos de prevenciones, mientras que la visión de autores contemporáneos como Nicolás Guillén y Virgilio Piñera están marcados por la distancia estética y personal respecto a esas figuras.

El violinista William Roblejo recordó el gusto de Cintio por su instrumento. /Foto del autor

Si apenas escogió para la lección dedicada a los autores que conformarían la llamada “generación de los 50”,  a Rolando Escardó, Roberto Fernández Retamar o Cleva Solís, con los que sostenía relaciones amistosas, hay que incluirlo entre sus aciertos, porque la posteridad ha hecho demostrable la importancia de sus obras personales dentro de la literatura cubana, pero no podría reclamársele que se ocupara del quehacer de aquellos que lo denostaban desde filas opuestas y rencorosas. Ni fue el único en adoptar estas posiciones, ni ellas invalidan un libro que, aun con zonas frágiles, sigue vivo y actuante en la literatura cubana.

Si determinadas circunstancias políticas y culturales no favorecieron tampoco una recepción adecuada del texto cuando apareció en 1970 la segunda edición del volumen, fue la tercera de ellas, revisada por el autor y convertida en 1998 en el tomo segundo de sus Obras, la que sería recibida con atención y respeto. Esta llevaba como prólogo el ensayo “Lo cubano en la poesía: relectura en los 90” de Abel Prieto, redactado cuatro años antes, en el cual, este autor no vinculado generacionalmente a Orígenes, es capaz de situar el libro en su contexto y contemplarlo a la vez como creación desde la poesía, reflexión de carácter social y testimonio patriótico. Contribuyó, en fin, a ubicarlo como un hito en la obra de Cintio y como un texto fecundante para Cuba, dotado además de una indudable carga de futuridad.

La edición conmemorativa que hoy presentamos no solo es el justo homenaje a quien es uno de los grandes escritores cubanos del siglo XX, con motivo de su centenario, sino la oportunidad para que los lectores de estos días descubran un libro que forma parte de la más íntima urdimbre de la cultura insular. Es significativo que en el Pórtico que la precede, Miguel Barnet destaque las secretas afinidades de esta obra con las investigaciones de don Fernando Ortiz, porque como señala el autor de Cimarrón: “Ambas, desde sus ópticas, hurgaron en la arqueología espiritual del cubano, en busca de su esencia, en el rescate de su corporeidad y en la forja de su destino”.

Quiero concluir con unas palabras del poeta Raúl Hernández Novás quien, en su artículo “Cintio Vitier: la mirada poética”, asegura: “Nuestra tradición poética no puede ser estudiada, asimilada, como si este libro no existiera. No se trata solo de una obra de hondo rigor, sin sombra de escolasticismo académico, sino, sobre todo, de un acto de amor hacia nuestra poesía y nuestras esencias nacionales”.

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