Creado en: mayo 24, 2023 a las 10:39 am.

Horizonte de evocaciones

Foto: Joan Álvarez

¿Por qué ser hostil con el vecino, cuando en mí y

en mi padre hay tan poco para amar?

                                                                                             Friedrich Nietzsche

No exagero si me aventuro a asegurar que he podido leer todos los libros –editados e inéditos- del poeta marianense Rito Ramón Aroche (La Habana, 1961).

Recuerdo aquel día lejano del verano de 1993, yo recién caído de la Ex URSS.  Aterricé de la mano siempre fraternal del hermano y poeta Ismael González Castañer (La Habana, 1961), en la casa y familia que comparte Rito con la investigadora y poeta Caridad Atencio Mendoza (La Habana, 1963).

Se me ha quedado como martillada en la memoria aquella jornada veraniega, a tal punto que la anécdota de las carpetas azules y rojas mostradas por ambos rapsodas y su fastuosa biblioteca, la he repetido en varias reseñas y ensayos sobre la obra/el universo escritural de Rito.

Al año siguiente, terrible y triste, también sombrío, Rito ganó el Premio de Poesía de la Ciudad de las Columnas, con versos que me habían sido mostrados en aquel encuentro, y que analicé en su momento con el libro Puerta Siguiente,Premio Luis Rogelio Nogueras, 1993, por la Editorial Extramuros, y que es una continuidad, en muchos sentidos, de Material entrañable, reconocido con el Premio Abril.

Aquel escrito se rotula La red de mil hilos, y apareció en el número 5 de 1998 de la revista literaria La Gaceta de Cuba –, y es que ambos poemarios pertenecen a una extensa serie –de rótulo condensativo— historias que confunden, donde el autor, sin dar tiempo a cuestionamientos estériles, demuestra ser el único poeta cubano –de los que conozco– cuyo pensamiento es integrador, tiende a un riguroso sistema –que no excluye “lo sorpresivo”–; es la palabra buscando su funcionalidad dentro del excesivo citacionismo postmoderno. En los textos se percibe esa fuerza o energía capaz de corporeizar “imposibles”. No debemos obviar que su poesía logra la síntesis entre lo popular local y lo “culto” universal, tras una marcada intención de desmantelar engranajes arcaicos, para lo cual se apoya en el poder tropológico de su discurso.

Podré equivocarme, pero con esos cortes bruscos, esos planos bocetados, esas secuencias, esos reiterativos cambios de ritmo, Rito no logra como pretende, enmascarar su romanticismo. Además, aceptemos que el autor nos introduce de manera natural en esa especie de alternativa de múltiples obstáculos, que son las cartas desplegadas del tarot. Aquellas que nos confirman entre lo visible y lo invisible. Aquí tenemos otro cuaderno desde y para el Amor.

De ahí toda esa “sencilla” noción de equilibrio poético, esa sencillez con que se profetizan los aciertos literarios, por lo que me agradaría añadir que el poeta nos propone –con la forma, o sea, la total comunicación de cada texto– otra tesis, una rara erotización donde como en el mercado escuchamos: “Todo vale, todo cuesta”.

Luego me fue concedido el raro privilegio de escribir las expresiones de cubierta de su tomo del 2005: El libro de los colegios reales(Ediciones  Extramuros), donde Aroche da otro giro de tuerca a su poética y nos introduce en un verdadero tratado de conceptos textuales y mis frases entonces fueron las siguientes: “Un libro que nos acerca a la sequedad expansiva, no hablo obviamente de abstracciones, o de metafísicas verificables o no, me refiero y quiero ser entendido sin dobleces de ningún género: a un poemario en que el diálogo es contundente, cansados de utilizar la bien a(r)mada frase: económico. No. Rito Ramón Aroche quiere con seguridad exponer un híbrido, pues ¿no son acaso los pueblos jóvenes el mejor ejemplo de la mixtura y la futuralidad de la especie?

Nótese por la intensidad de estos pensamientos el grado de originalidad que ese… libro de los colegios logró en los lectores y los críticos. Desgraciadamente existimos en una nación donde la crítica como cuerpo raciocinador anda a años luz de los sucesos.

En su momento la obra de Rito solicitó una mayor atención o curiosidad de los EDITORES y también llamé al interés sobre dicho fenómeno en Cuasi / Volumen dos (Editorial Letras Cubanas, 1997) y Cuasi / Volumen uno (Editorial Unión, 2002). Ahora voy a dar un pequeño salto cronológico para ocuparme de los textos de su actual poemario.

Rito Ramón en la literatura como en la vida ya acumula cierta experiencia. Esta madurez creativa la estiliza en El Cielo como estaño[1](Editorial Shishikikat, San Salvador, El Salvador, 2022) que cual su costumbre pertenece a una saga, o serie nombrada Lugar llamado Hölgan.

Lo interesante –desde mi percepción- es la audacia que a “su edad” se toma el aeda, para explicar este otro nivel edificador dentro de su escritura, porque si realizamos un ejercicio de  análisis, desarrollo y comparación en la intensidad de sus propios textos, tendríamos que para apreciar la solidez de su estilo fragmentario, o como alguna vez yo comuniqué como misterio, en sus versos de la página 22, intitulado La puerta litigante, puede pertenecer a su anterior libro Puerta Siguiente, : “¿El que adelantas cuál en el salón de los nocturnos juegos?”;  o sea el poeta serio, reflexionador del epítome Puerta Siguiente, se da el lujo, o se entrega a la gracia del juego filosófico y pensé en la máxima de los filósofos griegos gnóstico que plantean que todo camino hacia el entendimiento/el conocimiento se inicia con el primer paso dado o por dar.

Me recordó de su Fanal Oscuro el “Oye, oye, eres mi segunda salvación dicen”, comparado con el actual/futurista: “¿Qué ves, dinos,/ qué es lo que ves?/ Paso”.

El autor pone el oído bien pegado a la tierra, pues cada texto suyo es una especie de campo magnético en el que se encuentran o/y dialogan otros textos: “Casa más sonora que otra. Barrio… más sonoro”, o fiel –en demasía- al pronóstico de Eliot: “La gente despreciará la poesía que entienda sin esfuerzos”.

Sus capsulas metafóricas juegan con eso del sentido/sonido interno del verso libre, con ademanes de blanco, tal y como funciona en las estrofas de la tradición anglófona. Retorna el río Quibú, cual Leteo mitológico. En Aroche tiene un sentido inverso, es el río del goce único, del eterno placer floreciente de la vida y para completar le confiere sentido a su desplazamiento por la supervivencia.

Ya en “fotogramas Ciudad”, I de Material entrañable –donde desde el umbral: “…y el puente… /demora del Quibú sus aguas bajo el arco. Y el signo…” al de El Cielo como estaño del folio 51 desde su entraña –así lo percibo: “Sería un paso/  suerte/  ver el Río Quibú”.

Unido a la luminosidad, la vigorosidad, las emociones disimiles, o emanaciones que no se explican, hay un texto que me remitió a estadios primigenios de la condición humana, sus características de pueblos/comunidades recolectoras y sedentarias, pensé en nuestros aborígenes, mentalmente rastreé las huellas de los pueblos mongoles, los masáis africanos y otros muchos, hasta que me realicé una interrogante del génesis de nosotros mismos.

¿Dónde, quiénes, o hacia dónde? Me sentí rumiando palabras en sus significados, sus símbolos. Era –quise creérmelo- el regreso del guerrero de Angola que, fascinado con sus tribus, sus costumbres, sus etnias prefiere “injertarse entre sus poblaciones”.

Pensemos que resulta la reencarnación del rey del pueblo Mbunda, rey Mwene Mbandu I Lyondthzi Kapova, quien a principio del Siglo XX se resistió en la provincia de Moxico a la ocupación portuguesa. Al final hay un poema que me desarma, pues demuestra el diálogo sin límites que establecen las verdaderas culturas. Leyendo me apropié inconscientemente de la autobiografía de un poeta maldito italiano Dino Campana (1885-1932), del internamiento en el hospital psiquiátrico de Castel Pulci, en la voz segura del Rito Ramón Aroche de la hoja 21, pasaje titulado Sanatorio: “Algo he aprendido: no alterarse./ Cosas que nadie había pensado asumir”.

Pero hoy –para el cierre definitivo- debemos destacar el prólogo escrito por el narrador y poeta Alberto Marrero Fernández (La Habana, 1956), por su poder de síntesis e indagación que en nuestro caso particular aparenta un gran absurdo, que no lo es. Al contrario, Marrero Fernández ha indagado donde pocos se han atrevido y lo mejor ha acertado.

No me quedan más razones que el convite a la lectura, al rastreo de una lírica poco común, o como se redefine el propio autor en su alter ego: “Es mi amigo, él escribe: <<Y yo…>>/Luego de siglos o lo que fuere./ <<Donde quiera halla polvo veo un nombre>>.”

Aclaro, el suyo Rito Ramón Aroche, finalmente como pensé en aquel verano de 1993, cifrado en las marquesinas de alguna sala de cine o teatro con luces de neón, aplacando su vocación actoral. Concluyo repitiendo/martillando/cincelando mis ideas iniciales: es de (ad)mirar que en su temprana madurez Rito dé este salto al vacío, cual si fuera un adolescente quinceañero audaz.                    


[1] Este libro fue presentado en el Centro Cultural Dulce María Loynaz en el mes de agosto por el poeta y narrador Alberto Marrero.

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