Creado en: enero 31, 2023 a las 11:15 am.

Martí y la crítica literaria

Por Enmanuel Tornés

La crítica literaria del siglo XIX tiene en Cuba una figura suprema: José Martí. No es que faltasen críticos ilustres, pues los hubo desde Domingo del Monte, Antonio Bachiller y Morales, Enrique Piñeyro, Manuel Sanguily y Enrique José Varona. Nos referimos más bien al acto renovador que Martí le imprime a dicha práctica, en el sentido de superar la praxis neoclasicista, el vacuo decir del impresionismo o el cientificismo positivista. Como señalara Cintio Vitier en un ensayo memorable, Martí se erige en figura cimera de la mejor exégesis literaria no solo de Cuba, sino incluso de América Latina en el último tercio del siglo xix.

En su condición de modernista sustancial, Martí ve con claridad meridiana que nuestra crítica literaria no podía estar sujeta a un reduccionismo glacial ni a un subjetivismo pedestre. Su vasta cultura, elevado dominio del idioma y extraordinario talento le permiten plantearse un modelo valorativo singular: dirimir las fortalezas, la proyección y el valor de la obra literaria desde su propio centro y espíritu, a tenor de su utilidad, lo cual legitima como un hecho de amor conducente al conocimiento.

En este orden, Martí ofrece una visión teórica valiosísima para su tiempo y el porvenir de América Latina: la obra literaria no puede ser interpretada solo a partir de su capacidad técnica, habrá siempre que atender, además, a su aliento más íntimo y a su nexo con el lector. Sin desconocer el papel de la forma y su dialéctica vehiculación del sentido, Martí se ciñe, ante todo, al texto literario como irradiador de amor y de comprensión. En su poética, el amor es esencial, conduce al saber, a la acción y a la mejoría del ser humano. Para él, arte y vida son inseparables. Por ello, considera la crítica un acto de amor. Al respecto, escribe en Patria, en 1892: «El elogio oportuno fomenta el mérito».

La generosidad crítica en Martí partía de un principio superior: destacar lo meritorio del escritor por encima de sus fallas, ganar al individuo para la unidad; lo que no significaba ignorar sus errores estéticos, a veces señalados por él de forma relampagueante, de modo sutil o con abierta severidad cuando lo exigía el caso (recordemos, en la carta de 1880 a su hermana Amelia, sus duros comentarios sobre la novela de ese tiempo en Hispanoamérica).

En el desarrollo de la crítica martiana, Vitier observa tres fases. La del joven Martí, cuyas ideas aparecen en 1875 en la Revista Universal de México, y en los discursos del Liceo de Guanabacoa, en 1879, acerca del dramaturgo español José Echegaray. En estos, afirmaría que la crítica era el ejercicio del criterio. Lo sobresaliente aquí estriba en la madurez de los juicios de Martí, el hecho de tener definida su poética a los 22 años.

La segunda fase de la labor exegética martiana se inicia con la fundación de la Revista Venezolana, en Caracas, en 1881. Dice Martí en esas páginas: «Amar: he ahí la crítica», lo que al decir de Vitier significaba salvar lo mejor del ser humano.

Si bien desde los años de juventud nuestro Apóstol desarrolla una crítica incesante y de gran lucidez, la más elevada o de mayor plenitud comienza a finales de los años 80, y se prolonga hasta el cierre de su vida. Para entonces, habla de la prosa perezosa o aburrida que venía de España. Frente a ella elogia y practica (desde 1881) el estilo creador, nuevo, antes de que lo vieran los demás modernistas. Son estos los años de su artículo sobre Heredia (1888) y de su discurso acerca de nuestro gran poeta romántico (1889), en los que habla de lo «herédico»; de su revelador ensayo en torno al poeta norteamericano Walt Whitman (1887); o sobre Julián del Casal (1893), entre tantos otros autores de Cuba y el mundo. Vio Martí en la crítica un acto de creación y de independencia. Por su amplitud, aún resta mucho por decir del rico ideario del Apóstol sobre el arte de la crítica.

(Tomado de Granma)

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