Creado en: junio 15, 2021 a las 06:22 am.

Navarro Luna, «Cuba está íntegra en su palabra»

Por Mailenys Oliva Ferrales

Como la poesía misma –de lirismo y sentimientos, de desgarros y genuinos ardores– fue su vida toda. Un hombre que nació para las letras, aunque el verso patrio pudiera, también, llevar su nombre.

En su pluma de oro encontró Cuba a un hijo digno, que no solo puso voz a los silencios de los humildes y oprimidos en la Patria ultrajada por una república de serviles lacayos, sino que además, hizo muy suya –desde el pensamiento y la acción– la lucha por la verdadera libertad que llegó con la luz del 1ro. de Enero de 1959.

Nacido el 29 de agosto de 1894 en el poblado matancero de Jovellanos, y trasladado a los pocos meses de vida para la ciudad de Manzanillo, Manuel Navarro Luna supo poco de juegos infantiles y de lecciones escolares, porque primero tuvo que empinarse en disímiles trabajos como limpiabotas, mozo de limpieza, barbero, sereno o buzo sin escafandra, para ayudar a la economía familiar.

De su padre Zacarías Navarro, un capitán del ejército español que no conoció porque fue asesinado por sus propios compañeros al descubrir que apoyaba la emancipación de la Isla, heredó el apego por lo justo; mientras que con su madre, Martina Luna, aprendió a amar el mundo de las letras.

Así se fueron gestando dos pasiones que anidaron entrelazadas en el pecho del «poeta de la Revolución»: la defensa de la verdad y la poesía limpia, sin falsos matices.

De formación autodidacta, Navarro Luna despuntó con sus primeros poemas publicados en 1915 en revistas locales como Penachos y Orto. Tenía solo 21 años aquel jovencito, que también se diera a conocer en ese propio calendario con la lectura del soneto Socialismo en la conmemoración por el 1ro. de Mayo.

Desde entonces no hubo en su obra tema sensible sin tratar, dolor humano que le fuera ajeno o injusticia social sin denunciar. El niño negro y el niño blanco, el campesino, la historia nacional, los héroes…, fueron algunas de las líneas que marcaron la ruta de sus versos y la de su intensa labor periodística.

Considerado una de las más altas voces de la lírica cubana del siglo xx y uno de los primeros cultores de la poesía social moderna en el país, con varios éxitos literarios desde su primer libro Ritmos dolientes, en 1919, Navarro Luna, al decir del ensayista  Juan Nicolás Padrón «también fue incomprendido, mal leído, peor interpretado y hasta tergiversado, cuando publicó en 1951 Doña Martina, una desgarradora elegía en décimas escrita a la muerte de su madre».

Pero el autor de Surco, el primer libro vanguardista de nuestra literatura, fue mucho más. Tan fecunda como su obra poética fue su trayectoria revolucionaria. Militante por convicción, colaborador de la clandestinidad y perseguido por la dictadura de Batista, el poeta querido de la ciudad del Golfo se insertó activamente en la vida política de la Isla tras producirse el triunfo de la Revolución.

En lo adelante, Patria y verso siguieron fundidos en el quehacer del excelso bardo. Numerosas publicaciones nacionales como Letras, Verde Olivo, Hoy, Bohemia y Unión, entre otras, contaron con la fuerza de su poesía, en franco diálogo con los obreros, los campesinos, los milicianos… los cubanos, entre quienes anduvo, creando y trabajando, incluso enfermo, hasta el día de su muerte, en la ciudad de La Habana, el 15 de junio de 1966, próximo a cumplir los 72 años de edad.

Al evocarlo, Cintio Vitier diría que «Cuba está íntegra en su palabra y en su gesto de gran poeta». Cincuenta y cinco años después de su partida física sus versos de vida lo siguen reafirmando: «…¡hay muertos que no caben en las tumbas cerradas / …y… ¡La Patria viva, eterna, / no entierra nunca a sus propias entrañas…!».

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