Creado en: abril 30, 2021 a las 08:13 am.

Solamente preciso de una condición básica para la escritura: ser feliz

Rubén Jorge Rodríguez González (Holguín, 1969). Es narrador, periodista, editor del periódico “¡Ahora! “y de la revista cultural “Ámbito”, de la provincia de Holguín. Por su obra literaria ha alcanzado importantes premios y reconocimientos entre ellos: Hermanos Loynaz, La Edad de Oro, La Gaceta, La Rosa Blanca y el Premio Alejo Carpentier. Tiene más de una decena de libros publicados en los que destaca el género de literatura infantil. El acto de escribir para los niños, no solo le produce placer, halla en él otros valores que nos comenta en esta entrevista.  

“Quien escribe para niños no es solamente un proveedor de diversión; tiene que estar consciente del valor didáctico y testimonial de su obra, sorteando el repelente didactismo”.

Hablamos con Rubén, a propósito de las reediciones de sus libros: La madrugada no tiene corazón y El maravilloso viaje del mundo alrededor de Leidi Jámilton, que salieron recientemente por la editorial DECO Mc Pherson S.A.

Ha sido un verdadero placer conversar con el autor. Agradezco el tiempo dedicado.

¿Recuerdas el primer texto que escribiste? ¿Háblanos brevemente sobre tus obras publicadas y los premios obtenidos?

De adolescente, escribí novelitas policiales, cuentos de ciencia ficción y obras de teatro para representar en la secundaria; pero, como dice un amigo referido a otro asunto, de chiquito no se vale. Mi primer texto escrito “en serio” fue el cuento “Flora y el ángel”, que ganó el premio en el primer concurso Celestino, en 1999, y fue el comienzo de todo.

A partir de entonces, di rienda suelta a la creatividad, con su buena dosis de voluntad y perseverancia, porque soy perezoso y tiendo a procrastinar. Comencé a concursar en cuanto certamen se puso a tiro, pues era vía expedita para publicar: así llegaron los premios de la ciudad de Holguín 2001, 2002 y 2005 y con ellos, la publicación del libro de cuentos Eros del espejo y las novelas Majá no pare caballo y El garrancho de Garabulla, esta última para niños, todas por el sello de Ediciones Holguín.

El premio Cirilo Villaverde permitió la publicación por Ediciones Loynaz, de Pinar del Río, de la novela Gusanos de seda, actualmente en proceso editorial por DECO Mc Pherson S.A.

Luego vinieron los premios Oriente, Abril y La Edad de Oro, y con ellos las novelas Paca Chacón y la educación moderna (Ed. Oriente) y Rebeca Remedio y los niños más insoportables del mundo (Ed. Abril) y el libro de cuentos Peligrosos prados verdes con vaquitas blanquinegras (Gente Nueva), que mereciera los lauros La rosa blanca y de la Crítica.

En 2007, gané el concurso de cuentos de La Gaceta y en la Feria del Libro del 2019, tuve la dicha de recibir el Premio del lector, por mi novela para niños La retataranieta del vikingo(Ed. Oriente), así como el Premio Alejo Carpentier en cuento, con el volumen El año que nieve, editado por Letras Cubanas.

En el 2020 obtuve mención en el “Cortázar…Tengo publicados, también, los libros de cuentos Pintura fresca (Ediciones  Holguín), El tigre según se mire (Guantanamera, España), Unplugged (Ediciones La Luz) y Los amores eternos duran solo el verano (Letras Cubanas). Para niños, se les suman Mimundo, Jandrapatra (Ed. Oriente), El país de los tatai y Los pájaros (Ed. Unión) y El final de los finales felices (Ed. La Luz).

Recientemente, ha salido a la luz por la editorial DECO Mc Pherson S.A una nueva edición de un volumen de cuentos fantásticos “La madrugada no tiene corazón” y el libro de cuentos infantiles “El maravilloso viaje del mundo alrededor de Leidi  Jámilton”.  ¿Han tenido ediciones anteriores? ¿Premios? ¿Puedes abordar de manera breve acerca de estas obras?

Ambos merecieron el Premio Hermanos Loynaz, que convoca el centro cultural del mismo nombre, en los años 2005 y 2006. La madrugada no tiene corazón salda mi deuda con el género fantástico y roza levemente la literatura de “horror”. Contiene cuentos donde exploro varias posibilidades dentro de este campo: vampirismo, canibalismo, personalidad múltiple, crimen serial… El maravilloso viaje del mundo alrededor de Leidi  Jámilton es un libro de cuentos para niños y da comienzo a una serie que narra las aventuras de una bruja y su divertida familia, que incluye al exmarido devenido leyenda urbana, una madre campesina, un hijo transparente y una hija mutante.

¿Cómo ha sido tu experiencia con esta editorial? ¿Qué opinas de este proyecto?

Mi experiencia con McPherson es de las mejores, desde la transparencia y profesionalidad de la parte legal hasta la calidad del proceso editorial, garantizada por un óptimo equipo de edición, diagramación, promoción y comunicación, muy calificado y que da atención personalizada al autor. Permitirte participar activamente de la concepción y realización de tus libros, es otro de los méritos de esta editorial, con la comunicación sistemática y consulta de diversos temas y la posibilidad de proponer a artistas específicos para la parte gráfica, como la sugestiva fotografía de Rubén Ferrero Hardy y las excelentes ilustraciones de Ángel Velazco. Con McPherson, te vuelves no solo parte del catálogo de autores, sino miembro de una especie de familia. Así veo este proyecto, que da oportunidades editoriales y de promoción a escritores cubanos y de otros lugares.

¿Cuál es tu obra más reciente? ¿Estás escribiendo en estos momentos? Cuéntanos sobre tus futuros proyectos editoriales.

El libro de cuentos El año que nieve es mi obra más reciente y acaba de salir por la editorial Letras Cubanas, aunque su distribución se ha visto retrasada por la situación sanitaria nacional. Me gusta porque cierra un periodo creativo, dos décadas de escritura que han cuajado en cuentos realistas e historias muy humanas sobre la circunstancia actual en Cuba.

Se hallan en proceso editorial también, tres libros de cuentos para niños: Embrujar al bebé y otros hechizos, con Ediciones Matanzas; Cuentos de Garabulla, con la editorial Cauce, y La luna en el paño, a cargo de Selvi. Igualmente, con Gente Nueva, la novela El reino de la alegría, primer volumen de una trilogía de fantasía épica.

Ahora, trabajo en varios proyectos para niños, como la quinta novela de la serie de El garrancho de Garabulla y dos noveletas que se insertan en el universo de Leidi Jámilton.

La literatura infantil es un género en el que te destacas ¿Crees que este género sea de importancia para despertar la imaginación de los más pequeños? ¿Para qué en tu opinión sirve la literatura infantil?

Lo creo: lo logró conmigo desde los tres años, la edad en que escapé de casa rumbo a la biblioteca, según mi madre. Esa expansión de la mente, esa apertura de las puertas de la imaginación, ese estímulo a la percepción, ese modo de agregar dimensiones a la realidad, los logra alguna literatura en algunos niños, aunque es difícil que cualquier pequeño sea inmune a su influjo, siempre que se realice correctamente. ¿Qué son los amigos imaginarios en la infancia, sino imaginación pura y creación personalísima; qué las cartas a los reyes magos y a Santa? ¿Y los pequeños rituales secretos para hacer que llueva o deje de llover, que termine un apagón o salvar una mascota? Claro, para aproximar al niño a la literatura hace falta que haya libros hermosos y amenos en el hogar y la escuela, que vea a sus mayores disfrutar del acto de la lectura, que maestros lectores les acerquen a los libros. Yo veo el acto de leer, básicamente, como una fuente de inmenso placer. Luego, están sus otras “misiones”, didáctica y formativa. Quien escribe para niños no es solamente un proveedor de diversión; tiene que estar consciente del valor didáctico y testimonial de su obra, sorteando el repelente didactismo.

¿Cómo estás enfrentando estos momentos de crisis por la situación de la pandemia? ¿Crees que la literatura es un ejercicio paliativo?  ¿Te ha servido de trigo para tus creaciones?

El aislamiento es una bendición, por la concentración que precisa el trabajo intelectual. Fui un niño solitario, un nerd de adolescente, un joven retraído… no tengo problemas con estar encerrado o sin compañía por tiempo prolongado. Durante 2019, escribí tres libros, lo cual significó aprovechar al máximo el tiempo y limitar mis contactos con el “mundo exterior”. Solamente preciso de una condición básica para la escritura: ser feliz.

Sin embargo, desde que comenzó la pandemia, la sensación de peligro inminente y la sobreinformación a que se ha estado expuesto, así como las limitaciones de desplazamiento y reunión y dificultades inherentes a conseguir artículos y servicios básicos, han perturbado y ralentizado el proceso creativo. En todo caso, el aislamiento ha provisto abundante “ocio fértil”, ideal para pensar, planear y concebir. De ahí ha salido un libro de cuentos para niños, en ciernes: El mercader de abrazos, que ocupa mi mente por estos días; mientras, acompaño de vuelta a casa a otro personaje en medio de una guerra, la segunda parte de la trilogía que te comenté. Al menos, la percepción de plaza sitiada y riesgo que se vive en ese texto ya la sugiere nuestra situación sanitaria. Tienes razón, la literatura es un gran paliativo, tanto su consumo como su producción. Te lo confiesa alguien que encuentra en escribir la actividad más placentera y la mayor fuente de gozo.

Mis experiencias con el SARS-CoV-2 ya se volcaron en un reportaje de prensa y varios artículos. Las emociones vividas las reservo para cuando las pueda convertir en literatura. Ahí están, en mi “banco” de emociones, esperando el momento oportuno para heredarlas a algún personaje por nacer.

Yo padecí la Covid-19 en febrero pasado, y aunque no sufrí los efectos devastadores que ocasiona a algunas personas, sí experimenté las secuelas de la medicación y el lastre psicológico de ambas: conciencia de vulnerabilidad y sentimientos de culpa, algo común entre los pacientes de esta enfermedad.

¿Qué te da miedo?

La muerte.

¿Qué es lo que más lo enfurece?

El ruido.

¿A tu juicio cual es la palabra más peligrosa?

Sí.

¿Cuál la más esperanzadora?

Dios.

¿Qué le aconsejarías a los jóvenes escritores? ¿A los jóvenes en sentido general?

Me molestaba cuando era un adolescente que soñaba con ser escritor y me lo recomendaban, pero he rectificado: la lectura abundante es indispensable, porque provee patrones escriturales y se aprenden empíricamente teoría y técnica narrativas. La cultura personal es uno de los elementos constitutivos del estilo: personalidad, referencias y voluntad de estilo, o sea, quién eres, qué eres, cómo quieres ser. Debes leer para aprender palabras y ampliar tu léxico activo; no puedes depender exclusivamente del diccionario y el corrector ortográfico de tu aditamento electrónico. Igualmente, te sirve el consumo de audiovisuales de ficción, toda vez que, como dijo un famoso autor, las teleseries son el mayor aporte del siglo XXI a las técnicas narrativas.

Debes estudiar gramática y redacción, porque es el instrumento de tu creación, el modo de convertir la historia que sueñas en un texto fiel a lo que has pensado. El “cómo” es mucho más importante de lo que la gente cree. En mi caso, aproveché mis estudios elementales y rematé con la carrera, que es bastante exigente en su currículo.

Hay que saber observar, porque la realidad inmediata proporciona vivencias y anécdotas susceptibles de convertirse en argumentos; hay que saber –lo he leído- que la vida provee historias, pero la literatura trabaja con argumentos. Hay que saber escuchar para poder escribir diálogos trascendentes, relevantes y coherentes en el contexto de tu narración.

Te tiene que gustar la gente, la real, la de carne y hueso, para poder apreciar la grandeza de lo irrelevante y crear personajes verosímiles. Tienes que ser una esponja para permearte de realidad, porque hasta la fantasía más improbable y la ciencia ficción más abstracta contienen relucientes cápsulas de vida real. Es indispensable tener algo que contar y ser sincero, porque todo el tiempo estás hablando de ti mismo, no importa lo que escribas. Las vivencias, sentimientos y emociones propias, que clasificas, camuflas, reciclas, procesas y dosificas, otorgan verosimilitud a tus textos.

Debes ser humilde para aceptar tu pequeñez, no avergonzarte por tu necesidad de formación y crecimiento y no creerte “increado” o “autogenerado”, negando a tus maestros, una tendencia que me aterra. La iconoclastia sin conocer el ícono es un pecado que no se te permite. Conozco a una señora que detesta la berenjena, aunque nunca la ha probado; es el mismo caso. Si deseas escribir, e incluso vivir de tu escritura, si tal cosa fuera posible en nuestra circunstancia, debes aprender a escribir. Para eso, existen instituciones como los talleres literarios de toda la vida y el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y textos útiles, como la compilación que Eduardo Heras León, creador de esa escuela, preparó a modo de manual: Los desafíos de la ficción. O las Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa. O los “decálogos” y recetarios escriturales que han producido tantos autores y que tanto ayudan a los principiantes.

También debes ser lo bastante soberbio como para defender tu escritura y tu derecho a escribirla. Luego, ella se defiende sola. Pero, sobre todas las cosas, debes escribir, escribir siempre que puedas, porque ahí está el entrenamiento, tu conciencia del texto propio como material perfectible, que te permitirá ser tu propio crítico y editor, sin desdeñar ninguna opinión que se vierta sobre tu texto. Y debes tener las fuerzas para revisar una y otra vez y reescribir incansablemente, en busca de la perfección, que jamás vas a alcanzar porque, una vez publicado, descubrirás que lo hubieras hecho de otro modo. Ya alguien lo dijo mejor que yo: el genio es uno por ciento de inspiración, y 99 por ciento, de transpiración. Hay que trabajar.

A los jóvenes, en sentido general, les aconsejo que estudien y se preparen en aquello para lo cual tengan vocación y aptitudes, que sean sinceros al definir la materia en la cual son óptimos; que conozcan su potencial y sean ambiciosos, pero con los pies en la tierra, para que puedan aprovechar las oportunidades. Que no pierdan el tiempo, sean buenas personas y no olviden que la salvación es personal.

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