Creado en: noviembre 4, 2020 a las 12:46 pm.

Diez ases de un tiro

Por Juan Nicolás Padrón

En 1993, en el momento más dramático del Período Especial, Aurelio Narvaja, director de la editorial Colihue de Argentina, vino a Cuba para imprimir 100 libros de escritores cubanos inéditos o con un solo volumen publicado, con la posibilidad de financiamiento inicial para pagar los insumos imprescindibles, partiendo de una colecta entre argentinos amigos de Cuba.

Recuerdo que de reunión en reunión el proyecto fue tomando forma: se convocaría una especie de concurso para elegir los libros, con jurados prestigiosos para poesía, cuento, ensayo, teatro y literatura infantil; las editoriales del Instituto Cubano del Libro dejarían los originales elegidos listos para imprimir, y se preveía que las cubiertas contaran con ilustraciones de artistas jóvenes. Los cuadernos de poesía fueron seleccionados por Eliseo Diego, Fina García Marruz y Roberto Fernández Retamar.

La concepción artística del diseño estuvo a cargo de Raúl Martínez, y el título de la colección se sometió a consulta entre las diferentes editoriales; la aceptada fue la propuesta de Pilar Jiménez, subdirectora de la Editorial de Ciencias Sociales: Pinos Nuevos, con logo diseñado por el propio Raúl. En el reverso de la portadilla iría una frase de José Martí que definía a los «pinos nuevos», y otra de Manuel Ugarte.

Aurelio Narvaja fue tan generoso que ni siquiera aparecía en los créditos, y solo accedió a una aclaración: «Este libro ha sido editado con el esfuerzo conjunto del Instituto Cubano del Libro, las editoriales cubanas, los autores, artistas plásticos, diseñadores, componedores, correctores y editores de Cuba y un grupo de argentinos memoriosos y agradecidos».

La colección Arco Tenso, idea original y gestión inicial del poeta camagüeyano Jesús Lozada, con 10 libros inéditos de poesía cubana contemporánea, me recuerda, bajo otras circunstancias, aquel antecedente, esta vez con el apoyo de la Red Eclesial de Estudios Avanzados de la Arquidiócesis de La Habana, la colaboración de una editorial española de conocida presencia en la Isla: Selvi Ediciones, y el acompañamiento de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Para esta primera serie, la selección de libros y autores estuvo a cargo del propio Lozada y otros dos colegas y coterráneos: Roberto Manzano y Jesús David Curbelo, quienes también asumieron la edición de los textos, bajo la coordinación editorial de Iris Gorostola y de Lozada. Los diez cuadernos presentados contribuirán a enriquecer el acervo de las publicaciones cubanas, pues recogen discursos valiosos y diversos, representativos del quehacer poético contemporáneo en la Isla, que llegan al lector con un limpio juego tipográfico en la cubierta y un elegante diseño general concebido por Dieiker Bernal, quien nos viene acostumbrando a su acertado ejercicio, y un sobrio logotipo de colección concebido por Dashel Hernández Guirado. El agradable papel ahuesado para interiores y la excelencia de la impresión de Selvi Artes Gráficas, embellecen esta colección que seguramente será codiciada por poetas y lectores, tan necesitados de opciones como esta. La cuidadosa selección merece, al menos, un breve comentario de cada cuaderno.

En esta lengua que pasará, de Jesús David Curbelo, es un libro personal que vuelve su mirada al pasado y deja reflexiones, revisa antiguas fotografías en medio de la confusión, para intentar hallar el verdadero y único retrato de esa identidad siempre esquiva. Algunas afirmaciones son de una valentía temeraria, un amago de quitarse no solo las máscaras, sino también la piel bajo el único temor de habitar “en esta lengua que pasará”. Poesía de la vida y de lecturas, de la existencia recogida en palabras de todos los días, puesta a prueba por lo recóndito de la memoria y la precisión de la lengua; búsqueda y recuento, antología personal y resumen de noticias íntimas, amores sumergidos y culpas recurrentes, sexo y guerra, compartidos con otros temas, colmados de preguntas y dudas, versiones y ambigüedades, saberes y elocuencias, escenas de parques y plazas, evocaciones que comienzan a ser nostálgicas cuando llega la melancolía de la madurez biológica y expresiva, porque si acaparamos todas las palabras / descubrimos la lengua. / Es mejor abstenernos / de goce tan trivial / y que nos quede / la idea del poema / temblando en la visión del porvenir.

Caridad Atencio, al recorrer El camino a casa, reafirma su discurso de gravitación familiar. Poética del regreso, la vuelta al origen, viaje como travesía con raíces todavía sangrantes por heridas sin sanar. La familia acompaña estos versos indagatorios, repaso lento de emociones, confesión personal como álbum fotográfico, recuerdo del devenir y análisis de lo por venir, con la ventaja de observar el pasado bajo la experiencia del presente. Su fantasía significa una protección insustituible y el recuento de las disputas balancea un arqueo provechoso porque se pasa por el corazón; su nostalgia constructiva, ya sea en torno a cuestiones tan sencillas como una bicicleta o un reloj de los cuales emerge la sabiduría de la «pobreza irradiante», o sobre el dolor, siempre deja un rendimiento espiritual regenerador: la sinceridad y la pasión por la verdad muestran un resquicio de belleza por mucha dureza que encontremos. Se trata de una obra autobiográfica y confesional en que cierto relajamiento del lenguaje no compromete el valor poético: «Y la gente a mi madre: Cómo te vas a casar con un hombre que le canta a los árboles?».

Los versículos de El ancho río del silencio, de Dashel Hernández Guirado, sintetizan una poesía dialogante, con un sujeto lírico fuertemente personal que prefiere la prosa poética, a veces con tono bíblico, otras con el aire de los clásicos greco-latinos o el de Dulce María Loynaz, marcando una apoteosis del silencio con acertadas imágenes de gran concentración expresiva, suave erotismo, incursión en la naturaleza y una representación de las relaciones amorosas con tendencia a la exaltación de la debilidad callada. Se siente la comunión espiritual desde la humildad, la alabanza de la creación y el predominio de lo sensorial y sensitivo por el sentido plástico depositado en palabras, derramado en cuerpos y apresado en imágenes, entre el deseo y el temor a que quede algo sin nombrar, como homenaje totalizador a las mejores propiedades de los objetos. Hay una lectura asimilada de la Santa Biblia, un énfasis en la celebración de los sentidos como fiesta del espíritu, mensajes personalísimos que dejan un leve recado público, valentía al declarar el miedo que todos tenemos. Su poder de observación acierta cuando pregunta: «¿Quién, sino el agua, podrá aferrarse al agua?».

En Sentado en el olvido, de Jesús Lozada Guevara, la palabra se desnuda de signos y los vocablos fluyen como en una lectura escuchada y regida por las pausas del habla, con versos y estrofas marcados por exigencias del discurso oral. El cuaderno condensa una alocución que mira al cielo y disuelve el asunto bajo repeticiones con música de fondo; obra sumergida en subjetividades profundas, cuyo asunto huye sin dejarse definir, claves que se asoman y se ocultan, tal pieza musical que reiterara de vez en cuando sus líneas melódicas, solo para recordar que el tema sigue presente. Una poesía sonora, de atmósferas y ambientes, en que los saltos de la imagen invitan a la participación, con estampas sucesivas, a veces de violencia atenuada por sugerencias de un paisaje asiático. No hay tiempo determinado, los versos se mueven entre la humedad del paisaje abierto y la luz abstracta, y la presencia humana es contemplativa o sugerida; su policromía indeterminada contiene la teatralidad de una escenografía natural. Su concepto metafórico recuerda al primer Florit y sus anécdotas no se dejan revelar, frágiles y resignadas a que Cerremos el puño / Y una lengua de plata / Brillará en lo alto de nuestras cabezas / Cortadas.

La poesía como refugio, semejante al hogar y a la familia, resguardo y comunión con un paisaje íntimo del que no es posible desprenderse; el entorno habitual de la niñez como matria, con las estaciones sentidas en la intimidad y el violento choque con las costumbres de una ciudad grande asumida con resignación. A Reyna Esperanza Cruz, como al José Martí de «Amor de ciudad grande», la espanta la ciudad porque «¡Toda está llena / De copas por vaciar, o huecas copas»; rechaza la frivolidad de las metrópolis y no brinda por ella, se queda en sus Calles de noche y piedra, un libro que reitera que la niñez de los poetas es su verdadera patria definitiva.

La autora invita a una placentera lectura, a ver pasar aves migratorias y sentir el olor del café cuando se cuela; su amoroso discurso de iglesias y almendros, del «ejército pacífico de las palmas», recuerda a Eliseo cantándole a una pequeña ciudad soñada que solo existe en la imaginación de los poetas, pero resulta una dicha percibirla. Sitios remotos entre el humo de los recuerdos se pierden en estos versos que trasmiten la frialdad del invierno y la llovizna, el verdor de las plantas y el aleteo del colibrí. Inadaptados al plástico, estos versos cantan también al regreso, siempre en invierno, para un encuentro con las montañas protectoras y el laberinto del mar que halla el «solsticio de la alegría».

El otro tema dominante es la fe capaz de sostener como armadura la esperanza y la fuerte espiritualidad sin doctas predicaciones de teólogos. Su autora comulga con un paisaje sentido que la hace sentirse cercana al Creador, con la luz y el amor del árbol de estrella iluminado por los cirios. Poesía invernal y de verde que inventa ventanas de sueños y otro decálogo de mandamientos para no perdernos en la selva oscura; poesía que por fin reconoce que «la niñez cual juguete se nos rompe y queda abandonada en el camino».

También Me fui a sembrar tomates donde los agrestes ofrecían semillas de Ophrys fusca, de Larry J. González, aborda el antiquísimo tema del regreso, no imaginado, sino real, ahora desarrollado desde una perspectiva posmoderna en que se fractura y deshace como hilachas la historia central que algún lector pudiera buscar, y se fusionan verso, versículo, sintagma, breve narración en prosa, intervención reflexiva o un sistema narrativo paralelo y entre paréntesis, distante, acomodado al discurso y formando parte de él, con multilocación y multitemporalidad de sucesos, como las circunstancias cotidianas llevadas a la escritura. No se puede hablar de realismo sucio o de surrealidad, sería inútil cualquier etiqueta. Sujeto y objeto se funden en el devenir, en una búsqueda de pequeños universos entre lo rural y lo urbano, bajo el lenguaje callejero y ciertas informaciones selectivas, y hasta singulares, no pocas veces ceñidas a la Botánica o a una microsociedad o tribu, entre la vulgaridad y lo más exquisito, bien acompañándose por las biografías de la Antología de Spoon River, recordando que la diosa de la victoria, Nike, está presente en una marca de calzado, incursionando en recuerdos del cine de Hollywood, la música del góspel, una modelo o actriz francesa, un fotógrafo acusado de mala conducta, una escritora para inadaptados o la rareza de una orquídea negra que copula con una abeja. Al final, el poeta concluye: Si tú supieras, agricultor. / Donde me veo es de frente a las vidrieras del Ten Cents.

El discurso de Permutaciones en el subconjunto, de J. L. Serrano, se presenta pleno de alternativas en toda su complejidad, infiltrado de sabiduría y matizado de reflexiones henchidas de dudas y preguntas, observaciones distantes, caóticas y violentas, que buscan unidad en su angustia, sufrimiento y desesperación, frente al arrasamiento y la ausencia de espíritu. Serrano parece escribir un solo poema con el mismo dolor, volcado en diferentes conocimientos y saberes que se atropellan como para dar fe de la crisis espiritual del mundo contemporáneo. Una palabra llama a la otra para conformar un puzle de gran memoria asociativa que el lector debe completar. No es exactamente automatismo síquico porque además de ser guiado conscientemente por una racionalidad oculta que apenas disimula por su falta de contención, propone un diálogo secreto pero deliberado con el lector. Las antinomias fluyen en las contradicciones como parte de la unidad del texto. El bombardeo sin interrupciones traza un fresco como los de El Bosco.

Su obra, que no marca espacio físico ni tiempo concreto, utiliza los saltos y la digresión para demostrar, a veces con lenguaje científico como parte de su ficcionalización, un sentido lúdico, en ocasiones amargo, pero siempre saturado de belleza. Puede darnos esperanzas — «…Romperemos / la piñata del cielo y habrá estrellas / para todos. […]»— o desconcertarnos — «De buenas a primeras Dios se esfuma».

Superstites, de Roberto Méndez, se mueve entre lo conceptuoso y la sobrevivencia, en diálogo con otros textos y referencias directas o indirectas, y el pensamiento filosófico o estético del mundo occidental cristiano. Son recreados rituales y conjuros, símbolos y personajes mitológicos greco-latinos y actores culturales que invaden un espacio íntimo de relecturas y vivencias. Estamos en presencia de un discurso hiperartístico en constante resistencia a los impulsos de la pasión; obra situada entre la lucidez de la lógica y la artesanía y el entusiasmo por los mitos, con la obsesión de que cada palabra tribute a una música enigmática, como parte del significado.

Su verso cuaja en escenas concebidas para ser poetizadas o que se resemantizan y entrecruzan. Roberto suele combinar plástica y movimiento escénico con música, en un arte total que amalgama conocimientos e intuiciones, préstamos ensayísticos, tensiones semánticas, que aguardan por una lectura apegada a la conceptualización de la fe católica basada en las Sagradas Escrituras, desde el II de Reyes hasta el Apocalipsis. No faltan las referencias a la familia, la heredada y la construida, y vivencias, romanas y habaneras. Este cuaderno heterogéneo concluye con un texto antológico: «Los días del pan», homenaje a Osip Mandelshtam, el poeta ruso víctima de la barbarie estalinista; después de su lectura, no pude menos que recordar una frase de otro poema del libro: «Al menos por un instante el cielo ha quedado en silencio».

Ismael González Castañer es de los habitantes del Mapa imaginario construido por Rolando Sánchez Mejías que permanecieron en la Isla —algunos de los antologados fueron llamados poetas de Diásporas, por los años 90. Entonces Rolando lo ubicaba en la sección de quienes no aspiraban «a la infinitud, sino a la articulación significativa», una definición que Ismael ha asumido como un estilo propio que obliga al lector a acompañarlo en su acto de creación. De ahí una serie de recursos extraverbales, signos, subrayados, recuadros, negritas, cursivas, pérdida de límites entre verso y prosa, que indican duda, énfasis, resonancia, llamada de atención, invitación…, habituales códigos comunicativos incorporados a su manera de expresarse y enlazar ingeniosos saltos metafóricos.

El autor de Palabra de Mumford —particular tributo a uno de los líderes del grupo de folk-rock Mumford & Sons— deja, conscientemente, discursos inacabados, dispersa temas e incluye asuntos «no poéticos», penetra en la psicología del «otro», inventa palabras, omite lo que hay que imaginarse, simplifica y resume, funde y confunde, intercala textos de otros contextos, y variantes con igual título; tiene en cuenta el juego y la diversión como parte de la poesía, y tanto desacraliza, respetuosamente, el verso engolado, que sitúa al poema en una exploración de lo inacabado. González Castañer declara que «el mundo está mucho más en prosa que en verso», y quizás por ello, «el mundo es más prosaico que la rosa…».

La obra de Roberto Manzano está coherentemente inspirada en lo idílico, basada en un discurso lírico-conceptual de ambición totalizadora y pertrechada de un sólido blindaje ético y moral, y Diario lírico lo confirma. Solidario y misericordioso, el poeta, con ejemplar voluntad confesional, no deja espacio al ataque crítico malintencionado, y se entrega por entero al compromiso con su verdad. Cualquiera puede ser atrapado por la gravitación del «universo Manzano», pues su discurso sensible y humanista hipnotiza con una espiritualidad que vale la pena compartir, no solo en la sobrevivencia, sino en la vida cotidiana.

Su prédica poética invita a pensar juntos cualquier solución frente a contingencias y estados límites, una sanación regeneradora ante la disolución de la integridad humana. Estaspáginasdemuestran que la poesía no es solo circunstancia, sino potencia interior, energía creadora, elocuencia testimonial de la naturaleza y de lo que somos, individualidad en la sociedad que representamos, hálito de espejo, música pensante depositada en las palabras; la poética de Manzano, guajiro de infinita prosapia, convida a entregarse totalmente a la palabra como don que nos distingue: «A cantar he venido, más allá de los brincos / febriles y simiescos que dan las Circunstancias».

Cualquiera de estos libros, por su calidad expresiva, pudiera haber sido premiado en algún concurso. La sabia selección brinda un corte temporal de varios derroteros de la actual poesía cubana, rica en discursos diferentes, estilos diversos o maneras de presentar los infinitos temas contemporáneos. Todos nos ratifican a la poesía como arte de creación por excelencia, concretado en la palabra, parábola o unidad del lenguaje, asociado a la belleza.

Su difusión constituye un homenaje a la palabra que renueva, comunica, nombra, describe, complementa, modifica, imagina, potencia el humanismo, vigoriza el espíritu, regenera la capacidad de entender, crea mundos simbólicos y recicla un antiquísimo prestigio expresivo y conceptual. El poema llega cuajado de símbolos y referencias, representaciones cognitivas con el uso polivalente de la ambigüedad, las sugerencias, los énfasis, las invitaciones. Si bien se perciben en los textos seleccionados elementos de la metapoesía o la biopoesía, rasgos posmodernos, transmodernos, coincidencias con las posvanguardias, las neovanguardias, los clásicos, la poesía de la existencia o de la conciencia…, entre otras muchas etiquetas utilizadas por los estudiosos, en todos se mantiene fija, firme e inalterable, la lealtad del poeta consigo mismo.

Promover la poesía es elevar la palabra; publicar una colección como Arco Tenso significa exaltar y rendir tributo a las palabras, por muy duras o atrevidas que sean, respetarlas, apreciar sus mensajes, facilitar el entendimiento humano y contribuir al diálogo, base de la unidad y la paz. Bienvenidas las flechas de estos arqueros de las palabras.

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