Creado en: diciembre 10, 2022 a las 09:00 am.

En el cuarto de Juana todo, o casi todo, sigue en el mismo lugar: Los juguetes, la ropa, los apuntes escolares, la bicicleta… Lo único que falta es una chancleta de esta niña, que vivió en un pueblo de la Sierra de México.

Ana, su vecina de ocho años, encontró el otro par a unos metros de la casa y colocó la chancleta enfangada junto a la otra impecable, como si la dueña fuera a ponérselas en cualquier momento para caminar los campos de amapolas. Una noche ella vio a la mamá de Juana gritar el nombre de su hija con la sangre bajándole por las dos piernas.

—¿Es cierto que mataron a Don Pancho?, le pregunta Ana a su madre.

—No, se lo llevaron y ahora sus vacas andan sueltas por ahí.

—¿Es cierto que se llevaron a Juana?

—No, se fue a otro pueblo con su mamá (…) Cuando la gente se va deja todo puesto como si fuera a regresar.

En el cuarto de Juana todo, o casi todo, siguió en el mismo lugar: los juguetes, la ropa, los apuntes escolares, la bicicleta, la chancleta enfangada y la impecable. La única diferencia es que la casa se llenó de polvo y de mierda. Solo una de las vacas de Don Pancho durmió en la cama de Juana desde entonces.

Esta historia no resume el largometraje Noche de Fuego, de Tatiana Huezo, que se proyectó durante el Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Tampoco Juana protagoniza este filme, ganador de menciones en Cannes y San Sebastián. Pero sí muestra una realidad de los más de 50 municipios mexicanos que cultivan amapolas en ese país.

La película no menciona las más de 20 mil hectáreas de la flor roja dispersas en el Triángulo Dorado de la Sierra Madre Occidental, donde se ubican Sinaloa, Chihuahua y Durango. A esta lista se suma el norte de Nayarit y en la Sierra Madre del Sur, Guerrero y Oaxaca. La goma de opio se transforma en heroína y se exporta a Estados Unidos y Canadá principalmente.

Lo que sí deja claro su realizadora es la vulnerabilidad de las mujeres y las niñas en medio de la guerra contra el tráfico de drogas en ese país. No todas se llaman Juana, pero siguen desapareciendo, siendo violadas y asesinadas en comunidades sin apenas cobertura celular, educación o esperanza.

El corazón de Ana son tres piedras de la montaña, una la simboliza a ella misma y las otras dos a sus amigas Paula y María. En ese pueblo ningún maestro dura lo suficiente, los niños trabajan en las minas y las niñas lloran frente al espejo mientras las pelan «al macho», así lucen menos atractivas para los carteles de turno.

Las amapolas las matan y las protegen al mismo tiempo, en un ciclo de terror y muerte que se transmite de generación en generación. Las madres trabajan en los cultivos a cambio de protección, a las niñas cuando menstrúan las vienen a buscar como propiedades.

«La infancia es una isla donde reside la magia y acechan oscuros ecos de violencia —comentó su directora en una entrevista. A medida que la frontera entre la infancia y la edad adulta se desdibuja, los personajes se ven más expuestos y solos (…) En medio de la tragedia de la ausencia se enciende en las niñas algo que han ido adquiriendo poco a poco: una mirada crítica sobre la realidad que las envuelve, así como los ecos de la magia que han creado juntas».

El miedo en Noche de Fuego comienza con las manos de Ana y su mamá, cavando un hueco en el patio, que tiene las medidas exactas para acostar a una niña o enterrarla. Después parece un juego a las escondidas. Paula se oculta bajo una sábana, la tela blanca la hace invisible para las otras dos amigas que dicen en broma: «Sé que estás ahí, te vas a morir».

Las tres suelen leerse las mentes. El miedo es pensar en números y ver a Paula sacar solo dos dedos. El corazón de Ana late fuerte en el hoyo de tierra, cuando vienen a preguntar por ella varios hombres armados. En ese momento se convierte en un cadáver vivo de 13 años, porque la muerte regresará a buscarla.

—¿Qué crees que pase cuando una de las tres de repente se vaya?… se dijeron una vez, recogiendo las tres piedras en la montaña. El silencio respondió.

Eligieron a María, operada de su labio leporino y hermana de Margarito, implicado en el negocio de las drogas. Las otras dos familias se marcharon del pueblo, que prendió una gran hoguera esa misma noche.

En las casas de Ana, Paula y María se quedaron las notas del maestro, las ropas, las cazuelas, los huecos en el patio, las piedras de la montaña. Cuando la gente se va deja todo puesto como si fuera a regresar. La cuestión es que nunca regresan.

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