Creado en: julio 4, 2023 a las 10:15 am.

La escritura de lo cubano

Por Derbys H. Domínguez Fragela

(Premio de Reseña, convocado por la filial de escritores del Comité Provincial de la UNEAC en Matanzas, y dado a conocer durante la Jornada de la Crítica Artística y Literaria, en mayo último, por un jurado que presidió el narrador, ensayista y editor Norge Céspedes, e integraron la historiadora e investigadora Mireya Cabrera Galán y el poeta y editor Leymen Pérez )

Un cuento de negros y blancos —la tragedia racial en Cecilia Valdés— (Ediciones Matanzas, 2018), con diseño de Johan E. Trujillo, y editado por quien escribe, es el más reciente libro de Reynaldo González que se publica, y no solo merece ser llamado artilugio maravilloso, sino necesario, útil, como deben ser los libros cuando son realmente imprescindibles. Fruto de una ardua e intensa investigación, que arrancó en los años 70 del siglo pasado, cuando el autor se dedicó a estudiar el siglo XIX cubano y lo condujo a disímiles resultados como este, el documento acaba siendo material de referencia. Semejante a un objeto humano —al leerlo parece que entramos en el mundo real de la esclavitud, opresivo, abarrotado de grilletes, cepos, horcas, que conversamos con Plácido, Manzano, y algunos de los intelectuales de la época, con alguien ejecutado en la siniestra Conspiración de la Escalera, que escuchamos a Domingo Del Monte, o sencillamente, le estrechamos las manos a Cirilo Villaverde— cabe en la medida moderna de nuestra condición cubana e insular, fue escrito para eso. Como Ensayo es, al mismo tiempo, una prolongación de la novela Cecilia Valdés, y su antítesis, la negación, su crítica más inteligente y feroz.

Sorprende, en primera instancia, la premura que continúa habiendo en el autor por revisar la época, así como la exigencia de regresar una vez más a la obra de Villaverde. En segundo lugar asombra y es lo más importante, la indagación en el carácter antiesclavista de la novela, y en tercero, lo que Reynaldo, como escritor, hace con las palabras para lograr eso que busca e incasable persigue, excediéndose en ocasiones. La escritura de González, entre otras muchas características es bella, perfeccionista e impecable, sin embargo, no es una belleza estéril, ni un perfeccionismo ramplón, ni su impecabilidad es nula, me refiero a una belleza que surge de las imperfecciones del lenguaje, sometiéndolo a la ambigua simetría implícita en el pensamiento —en el acto de razonar—, un perfeccionamiento lleno de impurezas e irregularidades, digamos y una impecabilidad cubana, como debe ser, llena de pecados.

Resulta encomiable la actualización histórica que propone y realiza: tarea de un verdadero investigador de la literatura cubana, y el baño de pasado al que somete al lector, es decisivo, fundamental a la luz de los tiempos que corren. (Aquí destaco la colaboración y la presencia de Cira Romero en el rastreo de información, así como en la facturación del prólogo, o introducción a la edición comentada de Cecilia Valdés o La Loma del Ángel, Ediciones Boloña, 2018 y que como Reynaldo aclara, es la base o cimiento del Ensayo en cuestión, su origen). El libro que comento no solo está compuesto por diez capítulos, sino que reúne o acopia 240 notas al pie de página que harán las delicias de cualquier lector. Gran hacedor de notas, Reynaldo consigue que sean independientes y porten sabiduría. En las mismas aparecen Milanés, Juan Pérez de la Riva, Tanco Bosmeniel, Vidal Morales y Morales, Anselmo Suárez y Romero, José Zacarías González del Valle, Ramiro Guerra, Roberto Friol, entre muchos otros escritores e intelectuales de prestigio, y el reflejo de sus pensamientos, las ideas que proponen, custodian el Ensayo mientras entretejen la urdimbre con que González esculpe, a manera de una pieza, la estructura del libro, su redondez, y contundencia.

Reynaldo narra filosofando, discurriendo, examinando, o teoriza al narrar, como quien medita, especula, cavila. Sabe trocar el sentido de los actos contar y pensar, necesidades suyas que explora desde la condición de autor para crear una mixtura —inclasificable— que intensifica al género Ensayo y le permite sacarlo del encerramiento al que ha sido sometido, o condenado, liberándolo de normas, reglas, artificios, nomenclaturas, clichés. Los libros de González, al menos este y Contradanzas y latigazos también son libros pintura, libros grabado, libros fotografía, libros cine, —que pueden ser leídos o entendidos, oblicuamente, como manuales, tratados, compendios o cuartillas a través de los cuales el escritor busca y postula una especie de Gesamtkunstwerk, Richard Wagner aparte, impulsado por la urgencia de reunir Todas las Artes, compendiándolas en un mismo cuerpo estético que no por casualidad se sirve de la literatura como base o soporte— allí donde las imágenes son sumamente necesarias, imprescindibles, no las que ubica entre párrafo y párrafo, sino aquellas que produce y sabe fijar al interior de sus palabras. Aquí el ingenio de Johan E. Trujillo fue decisivo para hacer de cada página el soporte de un óleo, una galería, un fotograma.

En el fondo de este Ensayo late el deseo de Reynaldo por narrar como si fuera compañero de Cirilo Villaverde, perteneciendo a su misma generación. Un cuento de negros y blancos es o se convierte en un documento textual que, asumiendo las formas literarias del siglo XIX exalta y critica —en un doble ejercicio de concentrada duplicidad— la novela como forma o género artístico y sus procedimientos narrativos, al igual que su eficacia. Es precisamente aquí donde el autor muestra su genialidad, y revela esa maestría de la que es capaz, al descubrir, insistiendo en ello, que es una novela antirracista, mientras despliega su tesis acerca del anti esclavismo contenido y presente en la misma, y cómo Cirilo se adelanta en el tiempo.  

González reconstruye, magistralmente, “la figura de Cirilo Villaverde”, a partir de retazos y fragmentos de la época, como si el novelista fuese un susurro, un fantasma, o una sombra viva que desde el pasado cruza el umbral del tiempo y llega hasta nuestros días, tal como lo haría un muerto que se despierta y regresa al mundo para tocar sus cosas, dotarlas de una nueva vitalidad, asegurar el valor de las mismas, y más que nada: conversar con nosotros, contándonos algo significativo al oído, de suma trascendencia, algo que consiste en un secreto y para nosotros, solo por ser cubanos, es sagrado o al menos roza esa dimensión. Nadie lo dude: Todo el pasado, en Un cuento de negros y blancos, gracias a la escritura de Reynaldo, está vivo.

No solo analiza a Villaverde, su producción literaria, su manera de redactar, enlazar palabras, o construir oraciones, su trazo verbal, artístico y obra maestra: Cecilia, sino también a otros importantes autores que lo precedieron. Villaverde como receptor, aglutinador y artífice de un movimiento que lo antecedía, porque lógica o naturalmente había empezado antes de que él necesitara escribirlo como necesidad social, económica, política, en fin, como cubanía (o portador de la misma). Este es, precisamente, uno de los centros de la investigación: la escritura de lo cubano.

El ensayo, entre muchas cosas más, es un ejercicio de estilo. Es un texto dentro de otro texto, o mejor dicho, es un multiforme y cambiante manuscrito, una proclama impresa o manifiesto gráfico que se amplia, crece, se transforma o metamorfosea, proteico, dentro de un contundente y poderosísimo discurso oral o erizado parlamento que Reynaldo González emite, se ramifica y regresa a los orígenes de la cubanía estudiando Cecilia Valdés o La loma del Ángel en relación con algo más curioso e inquietante, que del brazo del autor se revela y es que Un cuento de negros y blancos se define en la necesidad de ser un paseo, digamos un recorrido o una exploración, incluso un road movie por las páginas de la novela como si Reynaldo González filmara el pasado desde su biblioteca en movimiento. El libro, continúo sumando relaciones, abraza las siguientes definiciones y las enriquece: Narración dentro de Ensayo, Ensayo dentro de Narración, representando ficciones que buscan realidades para fundirse en el mismo elemento, sin dejar de ser realidades que encarnan ficciones, o lo que podría ser igual, sinónimos de esa metamorfosis infinita que es la Cultura Cubana, “transfigurando un poder en otro y viceversa” para así enriquecernos como individuos, pueblo y nación abierta.

Al reconstruir la biografía vital y literaria de Cirilo Villaverde, Reynaldo hace que su libro pueda ser leído como un intento por contar (apresar, o describir) el itinerario del escritor, su paso, en medio de la historia de la novela cubana del siglo XIX, dentro de la cual también cuenta (apresa o describe) la biografía de Cecilia Valdés, en relación con su autor. Novelista y personaje biografiados por Reynaldo González. Un cuento de negros y blancos no solo es un ensayo en el que Cecilia Valdés se convierte en autora de Cirilo Villaverde y lo noveliza, escribiendo su vida, su existencia literaria, o un documento, repito, donde se narra pensando el siglo XIX cubano, sino la más hermosa estrategia para que Cecilia y Villaverde se encuentren fuera de las páginas de la novela, se miren las caras, discutan, enfrenten sus posiciones, se amen y odien, reconcilien o enemisten, y así, en el mismo plano, igualados, corregidas y anuladas sus diferencias, sus condiciones, allí donde la ficción es realidad y lo real mito, costumbre, religión (o religiosidad popular, creencia), cultura, nos acompañen, caminen junto a nuestras penas, alegrías y desencantos, habitando el presente, este vértigo insoportable en que se ha convertido el día de hoy.

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