Creado en: mayo 4, 2022 a las 08:07 am.

La Habana en el imaginario narrativo insular

Foto de Dorothea Oldani / Tomada de Umplash

Por Emmanuel Tornés

Constituye un verdadero misterio el porqué ciertas ciudades del planeta devienen mitos muy queridos para sus habitantes. Tanto los fascinan que llegan, incluso, a trasponer las fronteras e influir con la misma intensidad en personas de otras latitudes. A ese magnetismo han contribuido los imaginarios creados por la literatura de ficción y los testimonios orales y escritos de viajeros que las han visitado. Precisamente, La Habana personifica uno de los mitos espaciales más consistentes de las letras cubanas.

Después de Cirilo Villaverde, es, sin duda, Alejo Carpentier quien contribuye a fortalecer y a universalizar el referido mito, de manera especial a partir de El siglo de las luces (1962), texto donde lo describe con rasgos inconfundibles, revelando su impacto en el alma de los protagonistas. Antes lo hace en El acoso (1956) y en los años 70 en La consagración de la primavera (1978).

El siglo de las luces nos revela una Habana matizada por la teoría de los contextos y lo real maravilloso americano. Carpentier narra un ámbito a medio camino entre lo rural y lo citadino, contexto que empieza a salir de la pereza del siglo XVIII para abrazar en los albores del XIX el ritmo vehemente y liberador de las ideas de la Revolución francesa.

La novela lo traduce en gestos barrocos de visualidad, olores, gustos y sonidos. Sobresalen así las descripciones de los frontis e interiores de las mansiones, los bullicios callejeros, las efluvios de los bodegones con sus fuertes olores marinos, vacunos, frutales y de otra índole. O los claroscuros de la ciudad, «extrañamente parecida, a esta hora de reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco», lo cual se contamina con juegos temporales ulteriores, momentos de formas puras como «el asoleado jardín con arlequines enmascarados que encantaba a Sofía». Sitúa así Carpentier a La Habana en el concierto de las metrópolis literarias.

En Casas del Vedado, de María Elena Llana, emerge una Habana inscrita en lo fantástico

María Elena Llana, una de las autoras del boom, lleva a nuestro imaginario narrativo una Habana distinta, inscrita en lo fantástico. Con honda visión poética, los cuentos de La reja (1965) y sobre todo de Casas del Vedado (1983) trasladan al lector a universos realistas cuyos conflictos se van estilizando hasta volverse historias alucinantes. Habla este libro por medio de las mansiones habaneras de una burguesía que queda varada al triunfo de la Revolución, o que, luego de marcharse del país, espera recuperarlas algún día dejándolas a exempleados domésticos o familiares cercanos, como se observa en el cuento La heredera.

A Leonardo Padura se debe otro aporte destacado en el robustecimiento del mito de La Habana. Desde la perspectiva del minimalismo, introduce en las novelas policiales de Mario Conde (y otras ficciones suyas) un recurso de gran valía literaria: la metonimia de la azotea o símbolo espacial de la ciudad, signo revelador de los nuevos tiempos, ya que dicho topónimo cumple el papel de liberar positivamente las energías del investigador, le permite reflexionar en torno a su vida y la sociedad. En estas, y en otras ficciones de Padura, el cronotopo habanero tiene una fuerza singular en la descodificación de los sentidos de las historias narradas.

Otro tanto aporta al mito de la ciudad su malecón. Si bien este elemento aparece en obras de etapas anteriores, será a partir de los años 90 que tal motivo desempeña un papel más complejo en la narrativa cubana al asociarse a los problemas del periodo especial y a otros eventos donde se ven envueltos los protagonistas de numerosos cuentos y novelas de la etapa. De este modo, el mito de La Habana crece en nuestra literatura, ajustado a las circunstancias y tonos del curso de nuestra historia.

Tomado de: https://www.granma.cu/cultura/2022-05-04/la-habana-en-el-imaginario-narrativo-insular-04-05-2022-00-05-56

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