Creado en: abril 21, 2022 a las 08:16 am.

Rafael Acosta. Memoria crítica y afectiva

Por Norberto Codina

 “La historia, más que memoria, es su crítica”

Rafael Acosta de Arriba

La primera impresión que tuve con la lectura de este libro es que, como si fuera en una película de largo metraje, contemplé gran parte de mi vida pasar. Aunque los estudios de este tipo por su naturaleza académica pueden pecar de una prosa por demás retórica, en la obra que me ocupa tanto el ensayo biográfico introductorio, los rituales de agradecimiento, como las iniciativas que complementan el aparato crítico o la puntual iconografía, trasmiten una legítima expresión emotiva de Leybis Rosales Arzuaga, y con ella la dedicación  apasionada de la autora, volcada en la tarea, y lo más importante, nos dan de cuerpo entero a la persona y al intelectual que es objeto de estudio. Y ese tejido escritural, rehilado con las fuentes y referentes de rigor, fue el que provocó, que más allá de las afinidades que corresponden, me sintiera memoriosamente involucrado.

 Por esta y otras razones, acepté con gusto comentar estas páginas que debemos a Rosales Arzuaga y conforman Biobibliografía de Rafael Acosta de Arriba, como un compromiso visceral, pues parafraseando el antiguo proverbio latino, “nada de Rafael me es ajeno”. De ahí que, más de una vez, se cruzó, de manera inexorable, mi lectura con referencias personales, las que trataré de domar, pero seguro aparecerán de manera más o menos solapadas en mis palabras.

 El lector encontrará en este ambicioso volumen un total de 1592 asientos bibliográficos, 954 activos y 638 pasivos. Se encuentran regis­trados 23 libros;  unas 100 colaboraciones a través de ensayos y prólogos a títulos de otros (y varios) autores; 122 entrevistas que le han realizado, motivadas por las diversas zonas de la cultura que ha abordado, ya sea como creador o como promotor y docente; 236 mecanuscritos; así como 26 entrevistas realizadas por el propio autor.

En un diálogo reciente con Estrella Díaz -a quien conocí en su etapa de estudiante de periodismo, y de quien me consta su vocación profesional-, por demás familiarizada con el entrevistado, pues durante años ha tenido un seguimiento fructífero de su trayectoria, se comenta sobre las singularidades del presente estudio, y la importancia que se reconozca el perfil divulgativo e investigativo de esta especialidad bibliotecaria, especialidad que hace tiempo es arbitrariamente menospreciada. Ahí dice Rafael: “esta es una Biobibliografía que ha creado sus propias reglas (…) aquí aparecen textos publicados en la red e intervenciones mías en programas de radio y televisión, o en la Red misma (conferencias, clases, etc), asientos bibliográficos agregados que no se contemplaban anteriormente en las biobibliografías, esa es la novedad y a la academia le parece muy importante y válido como innovación” [1].

Y más adelante hace una acotación que me parece imprescindible: “La palabra impresaen sentido general está amenazada desde hace tiempo, no solo por las nuevas tecnologías, sino por la posmodernidad misma, por la denominada ‘cultura del espectáculo’, en que las culturas visuales se han ido imponiendo de manera avasalladora sobre la cultura del libro, de la palabra impresa (…) tema de mi discurso de ingreso a la Academia de Historia de Cuba”[2].

Este trabajo, como bien reitera la investigadora, agradece el aporte de muchas personas. Desde la bibliógrafa Lourdes Castillo, la primera en desbrozar el camino de lo que sería este libro, nombre inicial de una relación sorprendente de los muchos colaboradores que logró reclutar Leybis, vinculados a diferentes áreas del conocimiento, instituciones y puntos geográficos, tanto desde lo afectivo como de lo profesional. Tuvo como sus principales cómplices a un riguroso y organizado Rafael, que como objeto de estudio fue su mejor y más comprometido aliado; y el amparo afable desde la experiencia y la amistad de nuestra bibliógrafa mayor, Araceli García Carranza. Como síntesis de ese esfuerzo, nos recuerda el interesado: “Ha sido fundamental en esta empresa la asesoría cercana de Araceli, quien supervisó desde el inicio todo el trabajo, pero indudablemente el mérito principal es de Rosales Arzuaga”[3].

Con sobrada razón Acosta de Arriba, pese a su estima y conocimiento previo de Leybis, quedó gratamente sorprendido, como quien esto escribe, del compromiso ingente desarrollado por la novel estudiosa, “sorprendido…con la voluntad de la autora…dando como resultado este trabajo minucioso y riguroso, mejor aún, profesional”. A lo que me gustaría agregar, de una apasionada e inteligente entrega, aún más sorprendente por su juventud y sencillez, todo lo que se expresa en su generosa escritura.

En otro orden, como nos recuerda una voz autorizada como Araceli[4], Rafael es de los que ha reconocido la utilidad de las bibliografías, disciplina –como apunté anteriormente-, por muchos desdeñada y más en tiempos recientes a tenor del ciberespacio y sus autopistas. Y pone como ejemplo elocuente su Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes, que, publicada hace veinticinco años y reconocida en su momento, marca a mí entender la mayoría de edad del entonces joven investigador. Más de una vez le he reclamado a Rafael que tiene pendiente esa biografía definitiva –hasta donde pueda serlo- de Céspedes, que nos seguimos debiendo, más allá de algunos limitados estudios biográficos, y de la audacia recreativa de la ficción, como en la novela de Evelio Traba.

El estudio de Carlos Manuel de Céspedes, así como la pasión demostrada durante muchos años en esa dirección, deviene la viga maestra del investigador que ha sido Acosta. En todo lo que ha estudiado y escrito sobre el Padre de la Patria toma cuerpo la idea –no por dicha y repetida menos cierta– de que la historia como escritura es, a la vez, savia y continente del resto de su universo y para,  al decir del historiador, “armar nuestra propia imagen del hombre”. Soy testigo de cómo cespedistas emblemáticos como Hortensia Pichardo y Eusebio Leal, reconocieron en él a unos de los principales conocedores de la vida y obra del hombre de la Demajagua. Recuerdo una visita a casa de la Dra. Pichardo, cuando en presencia de un investigador entonces incipiente y treintañero, la historiadora se dirigió a mí para subrayar la confianza que tenía en definirlo como un continuador consecuente de los estudios de los que ella y su esposo Fernando Portuondo eran, sin dudas, las voces más autorizadas.

Su familia, que fue parte privativa de mi niñez y adolescencia, y la educación que de ellos recibió, representada por sus padres Carmen y Roberto, el recuerdo afable de Tita –la abuela materna,  gallega de Lugo-, los hermanos, o los tíos de estirpe santiaguera y rebelde como los luchadores guiteristas y anti-batistianos Luis Buch y la sin par Conchita Acosta, conformaron sin duda ese entorno beneficioso que contribuyó a su desarrollo personal. Familia que ha tenido una proyección orgánica hasta el presente en sus hijos –pues las muchas responsabilidades no han mermado nunca su condición de excelente padre-, y en el hogar que comparte con Lily, a la par esposa y cómplice de su quehacer.

Desde las lecturas que tempranamente intercambiamos y la aventura compartida de aquel periodiquito mimeografiado de quinto grado, está el embrión de las pasiones que siempre le acompañaron y formaron como el ajedrez, la matemática y la historia, o su temprana afición a dibujar y, ya más de joven, a la fotografía, coordenadas a la hora en que se decidió a ejercer la investigación, la crítica y el ensayo, lo cual ya en una ocasión anterior apunté, e igualmente, como caldo de cultivo para su poesía, vasos comunicantes todos que se reconocen en su expresión intelectual. Rafael tuvo el privilegio de, siendo un niño, tener en su casa unos nutridos libreros, con todos los clásicos propios de su edad y otros volúmenes de más ambiciosa exploración que pertenecían a su padre. Esa también fue mi primera sala de lectura, por eso no me resisto a mencionarla.

Como se reconoce en el estudio introductorio, “Rafael fue un autor con una tardía presencia en el plano escritural de su generación, dadas las funciones que desempeño una vez graduado”[5], responsabilidades que se acumularon tempranamente desde su larga etapa como dirigente estudiantil. Hace poco más de treinta años, en un momento decisivo de su vida, el hecho de comenzar a trabajar en la Biblioteca Nacional José Martí contribuyó sin dudas -gracias al aura de esta alma mater, las amistades que cultivó, y a su gran disciplina y capacidad de asimilar los conocimientos-, a que, en el sentido más cabal, pudiera quemar etapas en su formación y proyección como hombre de las letras. García Carranza lo apunta en el mencionado prólogo[6]: “…en los noventa del pasado siglo…Acosta de Arriba fue acumulando un curriculum dentro de la investigación, la reflexión y la creación literaria que lo hizo acreedor del Premio Nacional de Investigación Cultural 2018”.  Es muy meritorio en su caso, la obra que ha ido madurando en poco más de tres décadas, gracias a su tremenda avidez y disciplina intelectual. Y por esas vueltas del destino, ha regresado a su Biblioteca Nacional, con los empeños de aquella primera vez, y como acto de justicia poética, su casa editorial es la destinada a publicar esta investigación.

A propósito de su inclinación, desde temprana edad, por el lenguaje matemático, en la entrevista mencionada comparte una provocadora anécdota que es ilustrativa de lo que estas pueden contribuir, como dice Rafael, “a desarrollar la abstracción y el pensamiento sintético, aparentemente dos cosas situadas en las antípodas, pero que, en materia de pensar, no lo son, más bien se complementan”. En el primer encuentro que tuvo, nada más y nada menos que con el profesor Manuel Moreno Fraginals, cuando comenzaba su investigación cespediana, “éste me pregunto si yo era graduado de Historia, a lo que yo respondí que no, que era graduado de Matemáticas y el eminente historiador me dijo para mi sorpresa, ‘ah, entonces creo que si podrás escribir tu libro sobre Céspedes’. Es una anécdota deliciosa y que retrata a un investigador de mucho reconocimiento que siempre ponderó a las matemáticas y las estadísticas como herramientas fundamentales para la indagación historiográfica”[7].

Hace treinta años publicó Rafael su primera colaboración en La Gaceta de Cuba, donde se dio a conocer como poeta, y a mi consideración es el momento que marca cuando rompe lanzas en el campo de la cultura, un paso más allá de los registros aislados que le precedieron. Su presencia habitual desde entonces en esta revista, recogida con puntualidad en el presente estudio, fue un pretexto más de nuestra confabulación en el tiempo. Un ejemplo es las varias y reveladoras entrevistas que dio a conocer en ella.

Las claves y la formación del hombre, el escritor y el poeta, me son particularmente familiares, porque desde la primera infancia –para decirlo con una imagen de un texto que me dedica–, “la vida nos movió como lluvia a la hoja seca”. Eso, más que mis  preferencias literarias o mi vocación de lector, justifica estas breves líneas, a conciencia parciales, apasionadas y tendenciosas, que para nada pretenden ser objetivas o asépticas y abordan de forma fragmentaria –con ideas dislocadas, pero con pleno conocimiento de causa– los muchos años,  lecturas, respuestas y, sobre todo, las múltiples interrogantes asomadas o adivinadas que compartimos, y que revelan lo que para mí es la clave principal de su condición académica.

Para resumir, mal y pronto, el presente volumen responde al esfuerzo mancomunado de Leybis, Araceli, el interés siempre positivo de Omar Valiño y el equipo de Ediciones Bachiller con la ejecutoria laboriosa de Anette Jiménez como editora, un excelente diseño de cubierta de Marvidal y el diseño interior y maquetación de Dailén Vázquez,  y la fotografía de cubierta de Néstor Martí, pero también a la presencia de tantos colaboradores convocados, desde dedicados estudiosos hasta oportunos intermediarios, los muchos amigos y la familia, y en primer lugar a Lily, el presente volumen constituye el mejor registro y tributo para alguien que tanto ha trabajado por la cultura nacional. En estas páginas se reúne el amplio diapasón del quehacer intelectual de Rafael Acosta de Arriba. Donde la historia, la crítica de arte, el ensayo sobre diferentes temas y manifestaciones, el periodismo, la investigación o la poesía, constituyen la lanzadera de un tejido mayor. Con razón su buen y lucido amigo Juan Valdés Paz lo llamó un “hombre de la tradición renacentista”.

Mi única duda con este título, que con razón celebramos, es que como bien se formula en la lógica de toda biobibliografía cuando su protagonista está en plenitud creadora, la obra sigue creciendo a posteriori. Pero en el caso que nos ocupa, me pregunto cuán aceleradamente ha envejecido el presente estudio mientras me dirijo a ustedes, debido a la consagrada hiperactividad intelectual del amigo que nos ocupa. Pero de eso también nos congratulamos, pues como bien él nos recuerda, “me motiva seguir escribiendo (…) expresar cosas que uno lleva bullendo en su interior, darle salida, socializar esos demonios, provocar a los potenciales lectores”.

[1] Estrella Díaz “Rafael Acosta de Arriba: desesperadamente curioso” (revista digital La Jiribilla, 18 de abril de 2022).

[2] Estrella Díaz “Rafael Acosta de Arriba: desesperadamente curioso”. Ob. Cit.

[3] Rafael Acosta. “unas palabras agradecidas”. En Leybis Rosales Arzuaga. Biobibliografía de Rafael Acosta de Arriba(Ediciones Bachiller, 2022), p. 4.

[4] Araceli García Carranza. “Una amistad y un repertorio bibliográfico. Crisoles de vidas”. En Leybis Rosales Arzuaga. Biobibliografía de Rafael Acosta de ArribaOb. Cit. p. 7.

[5] Leybis Rosales Arzuaga. Biobibliografía de Rafael Acosta de Arriba(Ediciones Bachiller, 2022), p. 16

[6] Araceli García Carranza. “Una amistad y un repertorio bibliográfico. Crisoles de vidas”. Ob. Cit.

[7] Estrella Díaz “Rafael Acosta de Arriba: desesperadamente curioso”. Ob. Cit.

Tomado de: http://cubarte.cult.cu/periodico-cubarte/rafael-acosta-memoria-critica-y-afectiva/

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