Creado en: julio 9, 2021 a las 08:30 am.

Multirracialidad en los medios de comunicación masiva

Hace algún tiempo vengo dándole vueltas a este artículo, peliagudo por demás, porque realmente ni soy analista social, aunque tenga que indagar como tal en mi labor como creador del cine, radio y televisión, ni mucho menos me creo, como lo fuera mi padre, un periodista  con todas las herramientas necesarias para abordar el asunto.

Pero dadas las circunstancias, los signos y las huellas que han dejado el tema en su decursar, me he visto en la obligación de avanzar en el  asunto, porque sé que “algo”  hay de cierto en el “underground” del problema a citar. Y entonces vale la pena el riesgo.

Hace ya unos cuantos meses, mi querido Jaime Yoan, excelente comunicador, conocedor de la materia en medios audiovisuales, y un incansable creador  de la TV, a pesar de las numerosas barreras a las que se ha enfrentado; de manera inesperada me preguntó, como al descuido y frente a cámara, ¿qué crees de la televisión holguinera y su festival Quien bien TV? Y yo, sin sopesar mucho el valor de mi respuesta, creí oportuno decirle  que una de las cosas a considerar era que había que “pintar” la pantalla de nuestro espacio territorial.

O sea, que había que poner más personas negras, chinas, mulatas, etc. en dicha pantalla. A lo que él me preguntó ¿qué debíamos hacer para lograrlo? Y yo le respondí que debíamos hacer un buen casting, muchos casting (pruebas) para  encontrar gente linda, capaz y con talento para dicha empresa, fundamentalmente en la Televisión, quien tiene, entre otras, la responsabilidad de entretener, ser veraz, convencer y transmitir un mensaje a toda la población de manera elegante y atractiva. Función, “sine qua non” de todos los mass media en el mundo.

Aclaré, entonces, que no se trataba de una cuestión racial, sino de una comunicación estratégica e inteligente en el manejo de la imagen en este medio.  

Pero las palabritas no fueron lo suficiente para detener la avalancha de criterios que, después de verme en pantalla, me viniera encima de parte de conocidos, solapados adversarios y simpatizantes de todas las razas y tendencias de pensamiento.

Unos y otros me detenían en el parque, los corredores, las tertulias, o en el propio ómnibus hacia mi hogar, para decirme de uno u otro modo su criterio al respecto de mi “osada declaración”.

Pero en todos existía la complicidad o el desacuerdo encubierto ante lo dicho; cuando para nada se trataba de una conspiración étnica de mi parte.

Y confieso que entre los compinches existían personas de la raza blanca, unos cuantos mestizos y negros que un poco más y me invitan a “empalencarme”.

Hubo amigos y amigas, “jaraneros”, que se me acercaron y me llamaron “soto vocee” “racista”,  después de darme un beso en la mejilla las mujeres y soltarme una sonrisa encantadora y,  como nunca, atractiva ante mis ojos (¡para que negarlo!)

¡Resultaba un fenómeno en el que no había reparado! Y que por oculto, es y ha sido poco tratado en el imaginario de las reflexiones sociológicas y culturales de nuestro querido Holguín.

Se trataba, a ultranza y en suma, del tema racial.

Sin proponérmelo,  había tocado una agenda postergada en el “in side” de nuestra gente y que, por deferencia, reticencia, autocensura o tabú, nadie había destapado todavía aquella tapa de Pandora.

El problema, ya no me quedaron dudas, estaba latente.

Por ello y ante ciertas manifestaciones espontáneas, apremio de mis amigos, consejos paternalistas y evidentes pruebas, me he atrevido – porque es un atrevimiento mío al escribir estas notas aclaratorias- al final a invitar a todos los interesados a meditar en el asunto con la finalidad de resolver (y recuerden que seria muy ingenuo pensar que cincuenta años de revolución lo pudieron haber resuelto del todo) un fenómeno que atañe, sin lugar a la dubitación, a nuestra identidad como cubanos, compromete el destino mediático de la TV, la radio y la prensa en sus contenidos, semiología, diegética  y estética comunicacional, así como resquebraja (de no dialogarlo y solucionarlo a tiempo entre todos responsablemente) las raíces autóctonas de nuestra cultura nacional y/o territorial.

Debí decir cuando me preguntaron, y así lo creo, “llenar la pantalla de multirracialidad”, para que el concepto no se quedara parcelado en los iguales a mi raza. ¡Y os juro que esa era la finalidad de mis palabras! : Estrategia para comunicarme con un público multirracial que hoy por hoy habita nuestros espacios, nuestro imaginario sociocultural y nuestro territorio, pero que en lo diacrónico de nuestra historia local ha tenido que ver con cuanta cosa múltiple y compleja ha ocurrido en tal sentido sobre la tierra que pisan nuestras plantas.

Multirracialidad en la pantalla chica o, dado el desarrollo tecnológico, grande; para lograr hacer partícipe al multirracial público de nuestros mensajes, manejar las cuerdas de las conciencias y con ellos -que es el público que se sienta a observarnos-  nuestros mensajes sean suma y reflejo de sus realidades y no un atajo irreverente de no verdades o verdades a medias, cuya ejecutoria (hablo de quienes conducen, representan y son artistas) sostienen mayoritariamente personas de la raza blanca, como si ello no fuera responsabilidad de cada grupo étnico que habita la provincia.

No creo que sean dos maldiciones – como me dijo un entrañable amigo blanco, que sé que me aprecia, respeta y quiere como persona y a mi obra – el hecho de que yo viva en Holguín y sea negro para que mis proyectos audiovisuales tengan mayores o menores trabas que otros proyectos ejecutados por blancos o que me sean imposibles de realizarlos. (¡Ojala, no me desmientan los hechos futuros!) Realmente no lo creo. Este tema pudiera ser “harina de otro costal”, realmente.

A ver si me explico:

Holguín tiene blanco, chinos, negros, sajones, árabes, descendientes de americanos e indios, mulatas y mulatos, etc., etc. en su composición étnica actual. Y no podemos seguir achacándole la culpa de nuestra identidad a África y a España, y de nuestro accionar social a la composición étnica existente en los orígenes de nuestra ciudad.

Las grandes empresas tele comunicadoras,  privadas  y millonarias, muchas de ellas verdaderamente racistas, emplean este recurso multirracial para mantener bajo el dominio del sistema económico capitalista a sus contribuyentes, que se sienten parte de una nación, que les puede haber fabricado un espejismo de vida y nacionalidad, pero en la que ellos creen, sin lugar a dudas, y que creen, fehacientemente, les pertenece. Y de la cual se sienten orgullosos.

Puede que me equivoque, ojalá pase, cuando asegure que eso no pasa en mi Holguín, dado el modo de  accionar, las malas imitaciones adquiridas y otros hechos más profundos y complejos, que deberían estudiarse más adelante por personas más aventajadas que yo.

Como pasa con nuestra juventud, por poner un ejemplo foráneo. Que, con mucho, anda globalizada, no con un patrón latinoamericano de belleza ni mucho menos cubanísimo, sino con un patrón de la potencia del norte y/o euro céntricos que, dicho sea de paso, saben muy bien manejar los hilos de la comunicación para pintarte una vida que crees vivir pero que es, realmente,  la que ellos quieren que tú vivas.

Por ello, creo, que como medios de comunicación masiva que somos la TV, la radio y la prensa plana tenemos la necesidad de redireccionar “la imagen” que aportamos a aquel que es nuestro público potencial y depósito de vida reflejada en tanto que receptor interactivo de nuestros espacios y programas.

Pensemos por un instante lo que pasa el día de las madres, de los padres o de los enamorados. ¿Dónde están los cubanos-chinos dándose un beso de amor?, ¿Dónde los afro descendientes (¡que palabrita!)?, ¿Dónde los árabes o mestizos? ¿Dónde nuestros blancos criollos?

Nuestras postales, a lo largo y ancho de la isla (y esto es un mal nacional) tienen como reflejo los rostros, patrones de belleza y costumbres de EU o de Europa. De las miss universos, los actores blancos del cine y en el peor de los casos los sacados de las revistas play boy, que todos conocemos a lo que se dedican.

Nunca un campesino, un tornero, dos negros “amapachándose” (acariciándose) y besándose con sus “bembas de caimito y sus narices nudos de corbata” en el centro de un corazón en cuyo fondo aparezca el cerro Ballado o de la Cruz.

O la abuela negra y el abuelo blanco. O la negra y el chino (¿recuerdan a Lam?). O dos hermosos ejemplares rubios salidos de la estirpe de los aposentados en el valle de Mayabe. ¡Qué sé yo! Pero nuestros.

Eso sí, “sin ser objeto sexual”, allá va la propaganda turística con la arenita en los glúteos de una mulata o negra despampanante.

Mira, no me parece nada mal vender el producto nacional. Pero véndelo completo, con aquellas cosas que a esas personas, las que vienen de afuera, les queda bien claras en sus países y tradiciones (¿para qué llamarnos a engaño?): El amor a la familia, el valor de su identidad y la belleza de su raza.

Y en nuestro caso es multirracial. ¡El tan llevado y traído ajiaco, mi hermano! El de verdad. El que nos autentica.

Y mire usted que decimos lo bien que lo hacen los Brasileños. Extraordinarios discípulos de nuestro santiaguero y cubanísimo Felix B Caignet. ¿Qué tal?

En sus novelas, históricas siempre (¡saque usted la cuenta, señor mío y no se maree!), territoriales siempre, costumbristas siempre, aunque sean contemporáneas, entretenidas siempre, y reflejo de un segmento de sus realidades y su nación siempre. En las que  aparecen sus hermosuras blancas, las bellezas negras (muchas veces atrayéndose e interactuando mezcladamente sobre la base de todos los sentimientos y relaciones humanas), así como los originarios italianos, etc, etc, etc ¡siempre!

¡Ah, no! Nosotros no.

Con todo respeto, “la provincia del universo”  tiene el deber de ponerse a pensar en tales cosas. Y claro que nosotros los creadores de los medios, “tanques pensantes de la cultura”, también.

Caramba y que no me vengan con la historia de que no hay chinos o árabes o negros o mulatos con cualidades histriónicas en Holguín. Ni mucho menos con el cuento de la falta de historias protagonizadas por estos grupos étnicos en el territorio.

Como decía Guillén, que se avergüence el amo. Pero no la identidad.

Claro que les quiero a todos.

¡Ah! y yo no soy racista, que no les quepa la menor duda.

No sé tú.

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