Creado en: abril 5, 2021 a las 07:42 am.

La cara oculta de la luna: una reflexión desde la psicología humanista

Un narrador no puede inventar nada superior

 al drama y la comedia de la realidad.

Umberto Eco

La cara oculta de la luna, con guión del escritor Freddy Domínguez y la dirección general del realizador Rafael («Cheíto») González, es el título de la teleserie de factura nacional, que transmite —en calidad de reposición— el Canal Cubavisión, de la Televisión Nacional.

Dicho dramatizado incluye la historia de vida de Amanda, Yasell, Nancy, Leroy y Dayron, quienes les prestan piel y alma a personajes con diferentes edades, sexo, origen social, nivel cultural y educacional, que han sido contagiados con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), causa directa del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), o con infecciones de Transmisión Sexual (ITS).

Integran el elenco actoral, entre otros: Sayli Cabezas, Fernando Hechavarría, Ketty de la Iglesia Arianna Álvarez, Alejandro Cuervo y María Esther Monteluz (primera historia); Rafael Lahera, Armando Tomey, Luisa María Jiménez, Tahimí Alvariño, Néstor Jiménez y Yerlín Pérez (segunda historia); María Karla Muñoz, Patricio Wood, Erdwin Fernández, Sheila Roche, Miriam Learra, Adriana Tomey (tercera historia); Enrique Bueno, Blanca Rosa Blanco, Enrique Molina, Dianelis Brito, Eman Xor Oña y Monse Duany (cuarta historia); Alain Aranda, Alina Rodríguez (1951-2015), Yoraisy Gómez, Kristell Almazán, Miriam Vázquez (1949-2010) y Serafín García (quinta historia).

La cara oculta… refleja, en la pequeña pantalla, un tema polémico, en el que prevalece —a manera de leitmotiv— un mensaje ético-humanista por excelencia: la aceptación sin doble rasero de la diferencia, el reconocimiento de la verdad que sustenta cada persona; realidad percibida desde una óptica eminentemente objetivo-subjetiva, y devenida patrimonio único y exclusivo del homo sapiens.

Con el VIH/SIDA como punto focal o eje central, los cinco relatos que registra ese dramatizado abarcan disímiles subtemas: incomunicación entre padres e hijos, maltrato juvenil, iniciación sexual precoz, machismo, homofobia, adulterio, disfunciones sexuales de tipo eréctil, promiscuidad sexual u otras realidades psico-socio-culturales, que le facilitan al telespectador meditar acerca de la educación, las distintas facetas socio-familiares, las relaciones entre jóvenes, adultos y personas de la tercera edad, la adicción etílica, la ética o la falta de ella, y la relación íntima entre personas del mismo sexo.

Por otra parte, dicha teleserie formula un acucioso llamamiento, sobre todo a la población cubana, fundamentalmente a los adolescentes y jóvenes, acerca del peligro potencial que implica para ellos el contagio con el VIH/SIDA y las ITS; afecciones virales que, a cualquier persona, sin distinción de edad, profesión, oficio o sexo, puede ocasionarle un daño que altera el equilibrio bio-psico-socio-cultural y espiritual en que se estructura la salud humana, afecta la calidad de vida de quien las padece, y en el caso del VIH/SIDA, compromete la preciosa vida del soberano de la creación.

La intención de representar la realidad con sus contradicciones intrapsíquicas o conflictos de identidad sexual, aceptar la diferencia sin ningún tipo de hipocresía, reconocer la verdad del otro, y llamar la atención sobre el peligro del VIH/SIDA, que amenaza a los seres humanos, con independencia de sexos y entornos sociales, constituyen la idea rectora en que se sustenta tan polémico audiovisual, que —durante su estreno hace tres lustros— generara las más disímiles opiniones entre los televidentes y los colegas de la crítica especializada.

En aquel momento, tanto unos como otros, cuestionaron el hecho de que los protagonistas de las cinco historias fueran portadores del VIH o de ITS, pero olvidaron que ahí —precisamente— radica una de las grandes enseñanzas educativo-preventivas que, por vía subliminal, el telerreceptor debe descubrir en La caraoculta…: «el VIH/SIDA no tiene rostro», sino que ataca lo mismo a hombres que tienen sexo con otros hombres (categoría epidemiogénica), que a parejas heterosexuales.

En ese contexto dramatúrgico, habría que destacar las actuaciones estelares de los primerísimos actores Rafael Lahera, Armando Tomey, Luisa María Jiménez y Blanca Rosa Blanco, así como del actor Enrique Bueno, en las dos historias que —según mi apreciación muy personal— son las que, desde la vertiente emocional, más impactan al televidente, por la complejidad de las situaciones humanas en ellas desarrolladas.

Los actores que desempeñan papeles principales en el segundo relato, encarnan a Yasell (Felito Lahera), al abogado gay (Armando Tomey), y a Belkis (Luisa María Jiménez).

El encuentro fortuito con el letrado sirvió de factor detonante para que el obrero de la construcción, machista y homofóbico, se enfrentara a su verdadera orientación sexual (la bisexualidad), y evidenciara —con meridiana claridad— la lucha encarnizada que establecen el yo (conciencia)y el superyó (código ético-moral que regula la conducta del individuo en el medio sociofamiliar; comportamiento mediatizado por la influencia de la vigente programación socio-cultural: «el hombre debe ser macho, varón, masculino»).  

En el cuarto relato, se aprecia —sobre todo— la naturalidad con que Enrique Bueno (en opinión de este cronista una de sus mejores actuaciones en el medio televisivo) interpreta a Leroy, adolescente de 18 años de edad, despreciado y humillado hasta límites insospechados por la madre biogénica (papel magistralmente desempeñado por Blanca Rosa Blanco); progenitora desnaturalizada, deshumanizada, que maltrata al vástago de obra y de palabra y ni siquiera le dedica una caricia corporal o verbal; muestra de afecto, cariño y ternura que le es tan necesaria a un chico que se encuentra en pleno proceso de consolidación personográfica.

No obstante los malos tratos de que fuera objeto por parte de la madre, el retoño decide perdonar a la progenitora al final de la historia y hacer realidad la frase martiana «perdonar es vencer».

Si bien en las actuaciones hay algunos desbalances, en general se caracterizan —básicamente— por la profesionalidad que identifica a esos artistas escénicos en la pantalla chica, así como en otros medios de comunicación.

El «secreto» es bien simple: un buen guión, una excelente dirección de actores y entrega en cuerpo, mente y alma por parte del elenco actoral y el equipo técnico de realización a lo que se hace en el set de filmación.

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