Creado en: diciembre 25, 2022 a las 11:09 am.

«Querida, necesaria, constante»: la poesía de Roberto Fernández Retamar (IV)

Por Jesús David Curbelo

Hay un tema que, aunque presente desde Sí a la Revolución («A mis hijas») y, de manera fugaz en Cuaderno paralelo («Te lo dice tu padre»), se consolida en Circunstancia de poesía, a la altura de la década del 70, el del amor filial. La sección nombrada «Del otro amor» nos avisa del peso adquirido por la paternidad en la obra del poeta. La edificación de la nueva sociedad pasa por la de una familia, en los escenarios de un nuevo modelo social que trastoca las convenciones heredadas de la antigua sociedad y que termina por sacudir no solo los cimientos sociales y familiares, sino los poéticos. Estos poemas están surcados por frases como «escuela al campo», «regreso de la Escuela Lenin», «becadas en escuelas diferentes», evidencias de que la realidad ha entrado en el verso, se ha hecho poesía a pesar de estar minada por una falta de linaje lírico en apariencia antipoética. Esta actitud se irá intensificando en los próximos poemarios y alcanzará momentos egregios en Hacia la nueva («A mi amada») y en Aquí («Mi hija mayor va a Buenos Aires» y «La veo encanecer»), colección en que los poemas adquieren un tono elegíaco que entronca con una de las rutas cardinales de la poesía de Roberto Fernández Retamar. Desde el homenaje a Rubén Martínez Villena hasta sus últimas entregas, el poeta acusa lo que él mismo nombra «una concepción trágica de la vida»,[1] halo que es maquillado por el entusiasmo revolucionario, pero que siempre asoma sus vetas en poemas dedicados a Girón(«Un quiero» de Circunstancia de poesía), o tal vez a la Crisis de Octubre («A mis hijas»), en los cuales la muerte o su posibilidad acechan de continuo la paz y la alegría del entorno familiar. En otros textos la lamentación alude al paso del tiempo (que va a desembocar un día en la vejez y en la muerte, en el olvido y en otras maneras del descaecimiento más precario) y remueve nuestras fibras íntimas cuando nos propone el paliativo de la esperanza contra esas dificultades («La veo encanecer»). La misma esperanza que alimentará el discurso de sus dos últimos libros (Hacia la nueva Aquí), como veremos más adelante.

Son varios los comentaristas que han asentado la jerarquía de lo elegíaco en la poesía de Fernández Retamar. Jorge Luis Arcos en varias oportunidades, Keith Ellis, Leonardo Sarría.[2] Prefiero, sin embargo, citar un largo fragmento del ensayo introductorio de Roberto Méndez a Con las mismas manos. Ensayo y poesía, pues resume la intensidad, la grandeza de uno de los poemas fundamentales de Retamar, «¿Y Fernández?», recogido en Juana y otros poemas personales, para mí, el instante cimero de lo elegíaco en la poesía de este autor:

[…] «¿Y Fernández?», una elegía consagrada a la memoria de su padre. Escrita en deliberado tono conversacional, casi extremo, con una lucidez muy cruel que desgrana versos largos y hace pensar a veces en un extenso monólogo escénico, el texto es sobre todo un ejercicio de dolorosa introspección, casi un exorcismo. Al evocar a su progenitor, el poeta no solo no lo idealiza, como resulta común en las elegías, sino que ni siquiera procura ocultar sus contradicciones y pequeñas miserias y, más todavía, el efecto que estas tuvieron en su propia formación y todavía pesan en su persona. No es gratuito que el poema esté dedicado «A los otros Karamazov»: el escritor y su familia original son también personajes dostoievskianos en sus pobrezas, debilidades y contradicciones. Estamos en el mismo ámbito de «Felices los normales» y lo irracional lanza su aliento muchas veces sobre estos versos: amarguras, dudas, temores, afectos al borde del abismo, de aquellos en que era experto el novelista ruso.

El autor pasa aquí por una especie de purificación, como los personajes de la tragedia griega, al evocar con la lejanía que el tiempo puede permitirle, la figura del progenitor; puede mirarlo con una benevolencia que ayuda a sanar viejas heridas y a reedificar unos vínculos afectivos que alguna vez pudieron ser precarios. El lenguaje, volcado en lo plenamente confesional y con una fuerte voluntad narrativa, no se empeña aparentemente en lograr un empaque literario, ni rehúye a veces los humildes lugares comunes del habla diaria, estamos en el terreno del «coloquialismo» más puro, pero también en el más elocuente, porque sabias dosis de ironía se mezclan con lo dramático para evitar un patetismo absoluto. El resultado es no solo uno de sus poemas más altos, sino que es una de las mayores elegías cubanas del siglo XX, que puede colocarse junto a textos paradigmáticos como la «Elegía diferente» de José Zacarías Tallet, la «Elegía camagüeyana» de Nicolás Guillén, «Conversación a mi padre» de Eugenio Florit y «Doña Martina» de Manuel Navarro Luna. La sólida arquitectura y profundidad de este texto se eleva muy por encima del resto de los poemas del libro, a pesar del ya referido rigor del conjunto.[3]

Esta revisitación a Manrique resulta, a la vez, una curiosa elegía por la muerte de su madre, entretejida dentro de la pérdida paterna. La figura materna no alcanza la dimensión trágico-irónica del padre, pero equilibra la angustia del sujeto lírico que evoca ambas sesiones de hospital, esa lucha de sus progenitores contra la muerte y también contra los destrozos del amor, contra el ocaso de todas las devociones y de todos los temores. La remembranza de la madre, desde la grandeza cotidiana de esta, redimensiona al padre bebedor, fumador y mujeriego, que muestra un contorno más humano luego de enviudar, antes de irse apagando hasta sucumbir, mientras le pide con orgullo al hijo poeta «que por favor le secase el sudor de la cara».

«¿Y Fernández?» sobresale dentro de un libro compuesto por muchos otros textos de muy alta calidad. A la altura en que compone Juana y otros poemas personales, entre 1975 y 1979, Retamar es ya un escritor absolutamente maduro, que ha llevado hasta límites insospechados su revuelta coloquialista y goza de un bien ganado prestigio en la poesía de la lengua española. Este volumen contiene algunos de sus poemas mayores, como el inicial, «Juana», dedicado a la célebre monja mejicana del siglo XVII, el cual integra lo que llamo «la antología íntima» de Roberto Fernández Retamar, y que igual pudiéramos denominar su canon poético privado: una serie que comienza Elegía…, da otro paso en Patrias, se hace fuerte en las cartas que ya he comentado párrafos atrás incluidas, sobre todo, en Sí a la Revolución, y va ganando presencia en sus libros finales. Se acerca a sus autores predilectos ya sea a través del diálogo, la cita, la paráfrasis, la evocación o el análisis lírico de sus poéticas. Es una lista que abre Rubén Martínez Villena, y en la que están Garcilaso, San Juan, Martí, Darío, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Fayad Jamís, Juan Gelman, Roque Dalton, Evtushenko, Alfonso Reyes, Lezama, Cintio, Fina, Eliseo, Pablo Armando, Ezequiel Martínez Estrada, Tallet, Lorca, Thiago de Mello, Blake, Nicolás Guillén, Sor Juana, Aquiles Nazoa, Francisco Urondo, Mayakovski, Cortázar, Cardenal, Perse, Raúl Hernández Novás, Luis Rogelio Nogueras, Jorge Luis Arcos, Nancy Morejón, Rilke, Bretch y Borges, entre otros. Una nómina, como podemos apreciar, que abarca nombres primordiales de expresión española[4] y de otras lenguas. Pero la más auténtica ganancia de esta «antología», para mí, es que nos muestra un mapa de las «malas lecturas» de Retamar, un itinerario que va desde los clásicos españoles (en los que bebió las grandes creaciones de la lengua: Garcilaso, San Juan, Juan Ramón Jiménez) hasta contemporáneos suyos (Brecht, con quien le unía una razón ideológica: la filosofía marxista y la construcción de un sistema socialista; y Borges, del que en apariencia le hubiera separado la ideología, pero a quien le acercaba una fascinación estética que el cubano nunca enmascaró), pasando por sus maestros de Orígenes y hasta por jóvenes compatriotas de cuya amistad e intercambio intelectual se nutrió (Wichy, Novás, Arcos), y que nos enseña cómo un gran poeta jamás abandona la intertextualidad literaria, aunque su poesía se contamine de realidad y esté inmerso en batallas ideológicas y políticas propias de su época y de su responsabilidad civil.

Un complemento de esta actitud se halla en las traducciones que realizó a lo largo de los años, muchas de las cuales vieron la luz en la revista Casa de las Américas. Retamar sabía inglés y francés, y podía leer en casi todas las lenguas romances, salvo en rumano, quizá. Del inglés versionó La tempestad de Shakespeare para una edición londinense sobre los viajes a otros idiomas de este clásico shakesperiano. Desde luego que esta pieza fue muy cercana a Retamar, pues de allí extrajo el símbolo (Caliban) sobre el que descansa buena parte de su pensamiento anticolonial. De esa misma lengua puso en castellano a autores como Stephen Spender, Robert Lowell, Derek Walcott, Margaret Atwood, Michael Ondatjee, y también a escritores caribeños de diversos países. Del francés, sobresale su traducción de algunos textos de El bestiario o el cortejo de Orfeo de Guillaume Apollinaire, cuya obra posterior (Alcoholes Caligramas, sobre todo) debe haber influido notablemente a Retamar en lo de incluir fragmentos de la conversación cotidiana en el poema;[5] pero igual trabajó con Yvan Goll, Aimé Césaire, René Depestre y Ronsard. Acometió, incluso, ese ejercicio a veces riesgoso que consiste en que un hablante nativo de una lengua realiza una traslación literal y luego un poeta le da el acabado al poema. Así vertió al español a Bretch desde el alemán. Desde el ruso a Pasternak y a Evtushenko. Y, por último, del checo, el eslovaco y el bosnio, recreó piezas de notables autores.

Otra suerte de recreación, según él mismo ha confesado, está en su cuaderno siguiente. Le comenta a Víctor Rodríguez Núñez: «Y Hacia la nueva, ¿no es una versión modesta del Arte de ser abuelo?».[6] Este retorno al romanticismo guarda algunas diferencias con el expuesto páginas atrás. Ahora lo crucial no es la adopción del tono coloquial o la remisión a momentos de la antigüedad clásica para desde ellos releer el presente convulso de la Cuba revolucionaria. Se trata de retomar la actitud de un gran poeta, Víctor Hugo, que en las postrimerías de su vida canta a las dulzuras de la infancia y del entorno familiar y de cómo estas suelen ser un paliativo para las incertidumbres de los varones inmersos en las vicisitudes políticas y los problemas sociales. Retamar apenas ha llegado a la sesentena en el año en que termina de escribir Hacia la nueva (1989), pero recoge el afán de Hugo por educar a la niñez y a la familia (incluso a la ajena, aunque cercana, como la de Cintio Vitier, por ejemplo) en el bien, pues esos niños y adolescentes se convertirán en mayores y captarán en toda su dimensión el significado de palabras como “patria”, “perseverancia”, “progreso”, “solidaridad”. A la par de Hugo, Retamar ensaya un homenaje a la armonía familiar (familia que, desde luego, incluye a otros autores o a figuras de la Revolución evocadas en su infancia, como ocurre en «Haydee», dedicado a Haydée Santamaría), y a su lucha cotidiana por lo que el poeta cree que son la verdad y la justicia. Y es en este cuaderno donde enarbola esa confianza en el porvenir, en la sabiduría de las nuevas generaciones para solventar el futuro y seguir creciendo en aras del él. En «La nueva», afirma el sujeto lírico:

Esto se llama empezar a envejecer, esto se llama
Repartir adioses a las personas y las cosas queridas,
Aunque es también experimentar que el amor no se dispone a desaparecer,
Y asume formas nuevas a lo largo de toda la escala.
Nadie lo dice mejor que la que todavía no anda ni entona canciones,
La que se fascina ante las piedrecitas del vasto mundo,
La que estrena sonidos intercambiables como chispas en la sombra,
La que inaugura la alegría,
La que tiene en diminutivo los rasgos del padre y los esplendores de la madre,
La nieta que avanza por la vida como un juguete sorprendente,
Como una hoguera dueña del futuro que debe construir
Con los fuegos que hemos dejado en su sangre
Y con los que ella encenderá frotando piedras, esperanzas, auroras
Donde vuelve a empezar centelleante la juventud que en apariencia se nos va.

Hay en Hacia la nueva otro texto muy curioso: «Con Vladimir Maiakovski en el aeropuerto Augusto César Sandino». La realidad toma visos de fantasía cuando el propio poeta coincide con Mayakovski, y ambos escuchan la historia de la destrucción del aeropuerto de Managua por boca de un trabajador de lugar y este les pide, a ellos, que son poetas, que escriban algo al respecto. Es decir, el poeta de la Revolución de octubre y el que aspira a ser el poeta de la Revolución cubana son convocados a dejar testimonio sobre un suceso de la revolución nicaragüense, en esos momentos un brote de esperanza para la izquierda internacional en su perenne enfrentamiento ideológico contra los sectores de la reacción. Y concluye Retamar el poema: «Maiakovski y yo nos miramos, y comprendemos / Que nos ha sido concedida la palabra para dar fe / De esta certidumbre de victoria contra el odio, / De esta ráfaga de luz, de esta conversación dicha por la boca sagrada del pueblo».

Su libro postrero, Aquí, viene a ser otro canto de alabanza por el porvenir. Este volumen resultó el producto poético de la década del 90, una de las más complejas en el proceso de la Revolución cubana y de la izquierda mundial, luego de la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del campo socialista de Europa del Este. Según Yamil Díaz Gómez: «El discurso retamariano necesitaba, para estar completo, pasar la prueba de fuego de su confrontación con nuestra realidad de fin de siglo».[7] Y resulta lógico. Ante el resquebrajamiento de buena parte de la izquierda, cuanto constituía el universo referencial del poeta se desmoronó para dar lugar a un mundo en el cual la incertidumbre ocupó un lugar de privilegio y solo podía ser enfrentada con la confianza en los días que estaban por llegar. «Es el amor quien ve», el epígrafe de José Martí que inaugura y preside este poemario, como con acierto señala Jorge Luis Arcos, apuntala las formas «de resistencia y de superación dialéctica de su poesía, de su idealismo legítimo, noble y afirmativo, de su fe de justicia».[8] El mensaje entusiasta de Sí a la Revolución ha cambiado de signo, pero no ha perdido la fe, aunque padezca dudas y hostilidades en muchos frentes. Esa fe en el mejoramiento humano, hija de la martiana, queda explicitada en este libro en el cual el poeta declara haber recibido acaso ya el mensaje de Bertold Bretch que cimienta su aliento y su esperanza de que habría otro giro de la historia y una recuperación de la izquierda a escala universal. Aquí viene a ser el símbolo poético de la Revolución cubana (que soportó la andanada y se erigió en bastión del pensamiento revolucionario y en un hálito de ilusión para aquellos que apostaban por la perdurabilidad del socialismo), tal vez de manera más apreciable que todos sus poemarios anteriores; mientras muchos poetas renegaban de su filiación izquierdista o navegaban en un océano de fluctuaciones ideológicas, Retamar se mantuvo a pie firme defendiendo, a la manera en que sabía, el proceso en el cual comenzó a creer desde joven y que nunca dejó de considerar su máxima aspiración a nivel social. Su convicción en el futuro quizá se concentre en estos versos proféticos de «Una salva de porvenir»:

No existen las hazañas ni los horrores del pasado.
El presente es más veloz que la lectura de estas mismas palabras.
El poeta saluda las cosas por venir
Con una salva en la noche oscura.
Solo lo difícil.
Solo lo oscuro.
Y contra él, en él, el fuego levantando
Su columna viva, dorada, real.

El amor es
Quien ve.

Retamar, del mismo modo que otros grandes poetas, sintió la necesidad de ir recopilando su poesía cada cierto tiempo y de publicarla de modo casi simultáneo a la aparición de nuevos cuadernos. En 1965 vio la luz una Poesía reunida que recogía lo escrito entre 1948 y 1965. Hacia finales de la década del 90 fue socializando diversos cuadernos en Puerto Rico, México, España, Venezuela, Chile, Argentina, Francia, que, al amparo de títulos diferentes, recogían buena parte de su obra. La primera edición de Algo semejante a los monstruos antediluvianos había aparecido en La Habana en 1994. Este es el título bajo el cual, en 2006, salió el tomo cinco de sus obras completas, en el que realiza una curiosa maniobra autoral:

En vez de disponer aquí los poemas en el orden cronológico de los volúmenes originales, según es lo más frecuente, me he aventurado a tratarlos como integrantes de un solo libro (¿acaso un autor no escribe sino un libro?), y a reunirlos por temas, o por el aire de familia de ciertos temas, aunque en el seno de cada una de las familias respeté en general la cronología. He querido destacar aquí un crecimiento paralelo en distintos caminos.[9]

Esto nos ofrece una nueva lectura de su producción, afianzada esta vez en lo temático. La presencia de Mayakovski no ha desaparecido. El autor quiere seguir dejando testimonio de los caminos de la Revolución, pero que ese testimonio entrañe aparte del qué, el cómo, que no pierda la posibilidad de ofrecer las múltiples estaciones de un viaje de más de cincuenta años por la poesía, la estética, la familia, la propia Revolución y los varios modos que tuvo de pensar y hacer el poema, los cuales aspiro a haber abordado en este ensayo que resulta, ante todo, el pequeño homenaje de quien también cree que la poesía está por encima de menesteres cotidianos y posturas políticas, y que debe ser querida, necesaria y constante para ayudar a mejorar a los hombres.


[1] Ver la entrevista concedida a Víctor Rodríguez Núñez, ob. cit., p. 125.

[2] Jorge Luis Arcos en la obra citada, pero también en «Siempre recomenzando», en Acerca de…, p. 132 y en «Caliban, entre la nostalgia y la esperanza», en Órbita de Roberto Fernández Retamar (Ediciones Unión, La Habana, 2001); Keith Ellis: «¿Y Fernández?», en la poesía de Retamar en Acerca de…, 107-121; Leonardo Sarría: «Roberto Fernández Retamar. Sobre los sentidos de lo elegíaco», en La Gaceta de Cuba, La Habana, no. 6, 2015, pp. 32-33.

[3] Roberto Méndez: ob. cit., pp. XXIII-XXIV.

[4] Retamar compiló y prologó una Antología de poetas españoles del siglo xx (Ed. Universitaria/Ed. Nacional de Cuba, La Habana 1965), que fue, posiblemente, el primer acercamiento posrevolucionario a esta poderosa lírica europea. Escribió, además, numerosos estudios sobre autores de esa nacionalidad, algunos de ellos recogidos En la España de la eñe (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2007).

[5] Alejo Carpentier: «Una toma de conciencia del mundo por la poesía», en Acerca de…, p 44, y Keith Ellis: «”¿Y Fernández?” en la poesía de Fernández Retamar» en Acerca de…, p. 109.

[6] Víctor Rodríguez Núñez: ob. cit., p. 123.

[7] Yamil Díaz Gómez: «Aquí, en el porvenir», en Acerca de…, pp. 135-139. La cita en la página 136.

[8] Jorge Luis Arcos: «Siempre recomenzando», en Acerca de…, pp. 129-134. La cita en la página 133.

[9] Roberto Fernández Retamar: «Sobre este libro», en Algo semejante a los monstruos antediluvianos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006, p. 5.

(tomado de La ventana)

Para leer partes anteriores:

«Querida, necesaria, constante»: la poesía de Roberto Fernández Retamar (I)

«Querida, necesaria, constante»: la poesía de Roberto Fernández Retamar (II)

«Querida, necesaria, constante»: la poesía de Roberto Fernández Retamar (III)

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