Creado en: enero 21, 2024 a las 05:12 pm.
Ángel Augier
Solicité del viejo amigo y poeta una anécdota para este libro. He aquí lo que nos cuenta:
En los inicios de 1936, un grupo de escritores de izquierda que ya habíamos trabajado en un semanario del Partido, Resumen —que sólo publicó cuatro números en 1935 y fue clausurado—, decidimos fundar una revista literaria, cuya necesidad era imperiosa.
Estábamos en esa tarea, Nicolás Guillén, Carlos Rafael Rodríguez, Jorge Rigol —director artístico— y algunos otros compañeros que no recuerdo ahora. Después de varias reuniones, decidimos el formato y el título: Mediodía. Cuando se discutió la forma de financiar la edición, se contó con algunos anuncios que cada cual podía obtener, y se acordó solicitar la ayuda económica de algunos embajadores latinoamericanos de inquietudes intelectuales.
Era embajador de México el poeta Alfonso Gravioto, que tenía amistad con Guillén. Éste solicitó una entrevista del consejo de dirección en pleno y aquél señaló una hora que nos pareció inadecuada por no ser de oficina: las doce meridiano.
Cuando llegamos, tuvimos la sorpresa de que el embajador había fijado esa hora porque había preparado un almuerzo para todos, que disfrutamos en un cordial ambiente. El poeta Gravioto se mostró dispuesto a contribuir a la salida de la nueva revista con quince pesos.
El primer número de la revista salió posiblemente en agosto, con fecha de julio. Consideramos necesario llevarle a Gravioto uno de los primeros ejemplares, y Nicolás solicitó nuevamente una entrevista con todo el consejo de dirección. El embajador fijó la misma hora: doce meridiano. Es natural que todos nos entusiasmáramos ante la perspectiva de un nuevo almuerzo en la embajada de México, y que, por tanto, anunciáramos en nuestras respectivas casas que no nos esperaran para almorzar.
La acogida fue tan cordial como la primera, pero pasaba el tiempo y no había indicio de almuerzo.
Por último, el embajador se levantó y nos despidió con grandes abrazos y los mejores deseos para la nueva publicación.
Ya en la calle, el grupo no tuvo más remedio que hacer chistes a costa del chasco, y considerar el modo más práctico de resolver la situación. Se hizo un balance de los centavos o los pesos de que cada cual disponía, y se tomó la única resolución posible a tan crítico momento. Minutos después, nos reuníamos en torno a una mesa de una modesta fonda de chinos en la calle Zanja…
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