Creado en: diciembre 24, 2023 a las 09:09 am.

Periodistas

En Cuba había magníficos periodistas, independientemente de sus posiciones políticas. Se podría confeccionar una lista de notables personalidades de la prensa escrita. Es más, pienso que en la Facultad de Periodismo debía estudiarse la obra de muchos de aquellos que se destacaron por su trabajo.

Cuando llegué a La Habana, en la década del 40, eran periodistas importantes, entre otros: Ramón Vasconcelos y Maragliano, un panfletista temible; Sergio Carbó, director en tiempos de Machado de La Semana y posteriormente de Prensa Libre, sus editoriales eran muy leídos y comentados; Pepín Rivero, director del Diario de la Marina —no confundir con su hijo Pepinillo, ambos fueron muy reaccionarios, pero Pepín era, además, periodista—; los hermanos Ortega, de los que sobrevive Luis, para angustia de la mafia de Miami; Rafael Suárez Solís, un maestro de la crónica.

Hacían también periodismo Jorge Mañach, de bella prosa; Gastón Baquero, poeta y clerical; Nicolás Guillén, poeta y comunista; Carlos Robreño, contra todas las banderas; Mario Kuchilán, con gran poder de síntesis; Enrique de la Osa, la luz del otro lado de la luna en Bohemia —la luna, claro está, era Miguel Ángel Quevedo.

Entre los humoristas: Eladio Secades, autor de Las estampas de la época, delicioso bocado de un costumbrismo inigualable; Cástor Vispo, el mejor humorista cubano de todas las épocas, nacido y criado en España.

Mencionaré por último a Alfredo Hornedo y Suárez, propietario de El País. Entre otros oficios fue mesillero de la Plaza, y a fuerza de dinero llegó a ser senador de la República y a hacerse llamar periodista. Se hizo famoso por las anécdotas que de él se contaban. Quizás no sean ciertas. Es posible que también le inventaran aquello de que, revisando la nómina de El País, le preguntó al contador:

—¿Quién es ese Total que gana más que yo?

Lo que sí se puede dar por seguro es que, habiendo llamado al maestro Adolfo Guzmán para que analizara las condiciones acústicas del teatro Blanquita antes de su inauguración, éste comentó que el piano tenía el tono un poco bajo. Al día siguiente, cuando el Maestro llegó al imponente coliseo, ya Hornedo lo estaba esperando. Lo llevó hacia el escenario y, mostrándole el piano encaramado encima de una altísima tarima, exclamó satisfecho:

—Ahora sí que no se podrá quejar, Maestro.

Siempre pensé que había cierta exageración en estas anécdotas. Sin embargo, un día Hornedo, estando en Europa, recibió un cable en el que le informaban: “Siniestro destruye edificio de El País.” Hornedo, prepotente, respondió:

—Que la policía coja preso a Siniestro, salgo mañana para La Habana.

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