Creado en: noviembre 26, 2023 a las 09:39 am.

Manuel Abello Cuadrado

Cuando llegué a la Universidad, Abello llevaba más de diez años en la Facultad de Derecho. Algunos le llamaban el bicentenario, en simpática alusión a su permanencia en el alto centro docente. No es que fuera un estudiante torpe. Es más, bastaba conversar con él para saber que era inteligente. Pero le gustaba la Universidad y había encontrado la fórmula para no abandonarla. Sencillamente, no estudiaba.

En su expediente obraba la historia de una visita que hizo el general Machado, en sus primeros años de presidente, a la mansión que se había hecho fabricar el político italiano Orestes Ferrara y que había prometido dejar como legado a la Universidad de La Habana. Ferrara invitó al presidente y a un pequeño grupo de estudiantes de Derecho para que presenciaran la anunciada cesión. Abello era uno de ellos. Después de enseñarle los amplios salones y los bellos patios a Machado, Ferrara lo invitó a visitar la biblioteca. Allí el italiano, que era un destacado jurista, se deleitó mostrándole al Primer Magistrado de la Nación sus valiosas colecciones de Lombroso, el Marqués de Becaria, Papiniano, Justiniano, etcétera. Machado, que era un analfabeto en materia jurídica, queriendo disimular su desconocimiento se volvió hacia Abello que presenciaba la escena y le preguntó:

—Estudiante, ¿qué haría usted si le regalaran una biblioteca como ésta?

Abello, ni tardo ni perezoso, le respondió:

—En una palabra, General: venderla.

Dicen que Machado le premió su respuesta con una “botella” en el gobierno, pero eso no lo he podido comprobar en mis investigaciones.

Lo que sí es cierto es que estando yo en la Universidad, casi veinte años después, el profesor Guerra López, de Derecho Civil, se encontró con Abello un día antes del examen que debía realizar. Tal vez cansado de suspenderlo, le propuso:

—Vaya usted a mi examen mañana; si me contesta una sola pregunta, lo voy a aprobar.

Abello aceptó. Al día siguiente, muy temprano en la mañana, estaba en el aula “dispuesto a inmolarse”, le oyeron decir. Según su apellido, era el primero en la lista por orden alfabético. Guerra López le mostró el tintero que estaba sobre la mesa y le preguntó:

—Dígame, alumno, ¿qué tengo en la mano?

Abello contestó:

—Un tintero.

Guerra López replicó:

—No, alumno, usted está examinando Derecho Civil; lo que quiero es que me diga si lo que tengo en la mano es un bien mueble o inmueble.

Iba a continuar, cuando se escuchó la voz de Abello:

—Aguante ahí, doctor, que ya son dos preguntas.

Ese día Abello salió de una asignatura difícil. Guerra López también salió de un alumno bien difícil.

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