Creado en: marzo 31, 2024 a las 01:14 pm.

La UNEAC

De pronto fue como una fiesta: me hicieron miembro de la UNEAC. Allí, a la mano, Nicolás Guillén, respetado y querido, diciendo sus versos y regalándonos su inmensa carcajada. Y Félix Pita Rodríguez, contándonos su experiencia de Viet Nam, desnudo y franco, como lo pintó Carlos Enríquez; y Eliseo Diego, soñando poemas; y Portocarrero, con sus Floras de luz; y Naborí, ingenuo y dulce, contando sílabas para el octosílabo sorprendente; y Onelio Jorge Cardoso, acompañado de su hermana Vicia, nublándonos los ojos; y José Antonio Portuondo, el académico de la lengua, en su cubanísimo idioma de andar por casa; y Sarah Casals, secretaria de secretos compartidos; y Rosita, “sí, mi amor, no, mi vida, el presidente no está, mi cielo”.

Y poco a poco ir aprendiendo a amar a aquellos hombres y mujeres de los que sólo habíamos amado, hasta entonces, sus nombres admirados desde lejos. Pertenecer a la UNEAC era como arribar a la mayoría de edad intelectual. Era también conocer de cerca a gente que habíamos imaginado inaccesibles y comprobar que estaban hechos, casi todos, de ese material con que amasamos una estrella.

Después la vida, más bien la muerte, haciéndonos sentir vacíos que nos parecían insalvables. Y la vida, añadiendo nuevos nombres, como árbol que vuelve a florecer. Senel Paz, tierno y afable, invitándonos a su solar de niño, para compartir abuelos y tinajas; Abel Prieto, destripando lagartijas en su Pinar del Río lejano y presente; Alex Pausides, Arturo Arango y López Sacha, trayéndonos historias con sabor a lisetas del Manzanillo de Navarro Luna y Martinillo; el chino Heras, marcando pasos sobre la hierba en tiempos de movilización y aprendizaje; Carlos Martí, haciendo bueno, con sus poemas, el apellido de sus padres, decimista uno y apóstol el otro; Marilyn Bobes, ausente en los secretariados y refugiada en sus sueños de poetisa y narradora; y la más valiosa de todos, la doctora Graziella Pogolotti, cuyas intervenciones sólo admiten, para el orador que le siga, la palabra: “amén”.

Trabajo hay, problemas hay, dificultades hay, pero para mí, como aquel día en que me hicieron miembro, la UNEAC sigue siendo una fiesta.

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